5 de abril

5 de Abril



Cuando llego el 28 de julio del 2000, ya había colgado los chimpunes en eso de las protestas callejeras y el activismo social. Me dedicaba a trabajar, crecer profesionalmente, amar y engordar (los pongo juntos porque parecen que son verbos que van de la mano), aburguesarme felizmente y olvidar al mundo cada vez que podía, salvo el campo y la gente campesina, con la cual, hacia fines de los 90s, entable una cercanía y amor que perduran hasta hoy. Los Andes me habían encantado, con su magia milenaria y, la vicisitudes políticas del ser humano y su sociedad moderna, me parecían cada vez más absurdas y ajenas.

Sin embargo, era tanta la mierda que exhalaba por los poros del fujimorismo, que no podía salir a la calle sin taparme la nariz. Cada vez que, en las esquinas y paraderos, me ametrallaban las portadas difamatorias y/o embrutecedoras de los periódicos y tabloides, basadas en calumnias del más abyecto nivel, acompañadas de fotos de culazos rollizos (al gusto peruano) en primera portada y letra extra grande. La prensa comprada, por el siniestro plan de control mediático que, implementaron los siameses Fujimori y Montesinos.

Por la televisión, veía a los peruanos mas humildes, lamiendo axilas por un premio de 50 soles, en el programa de la esmerada empleada del fujimorismo, Laura Bozzo, donde los peruanos llegaban a extremos delirantes de la humillación. La desigualdad, el cacareado crecimiento económico del país, mostraba en las calles de la ciudad de Lima, autos de alta gama junto a familias enteras, construyendo su menú de los restos que sacaban de los contenedores de basura, huesitos de pollo a la brasa vueltos a chupar. Esto lo he visto, lo viví durante años, a mi nadie me contó nada, como pretenden ahora hacernos creer esos posts estúpidos del tipo oye chibolo pulpin, queriendo atarantar a la gente joven, que quiere cambiar una sociedad injusta, mientras que ellos, los viejos de mierda (del alma, de la mente), ya han malgastado sus miserables vidas o no hicieron nada cuando la dictadura saqueaba el país y su alma.

Esta porquería era todos los días, junto con las combis asesinas, el desorden y caos de una sociedad disfuncional, agresiva, saqueadora de todo lo que se podía saquear (en esa época se empezó a robar hasta las escobas usadas). Te robaban, te asaltaban, se puso de moda asegurar a los taxistas o a los cambistas de dolares, bandas especializadas en asesinarlos para robarles lo que tenían para subsistir. Eso era y es el fujimorismo. Yo quería vivir tranquilo, pero era imposible con tanta mierda por todo lado. Porque eso es lo que potencio el fujmorismo, un país entero convertido en una cloaca moral, de desigualdad y atropello. No era ni fue ni será un partido político, sino una banda de asaltantes, de ladrones de mierda, hay que decirlo.
Con el fraude burdo, mal armado que fueron construyendo, escándalo tras escándalo, haciendo leyes ad hoc, aplicando leyes con retroactividad, sacando jueces del tribunal constitucional y poniendo a dedo a sus empleados, quisieron robarse también la esperanza y, el clamor democrático del país que exigía democracia. Salí, como medio Perú, a protestar en las calles, contra la prepotencia y el fraude electoral de una dictadura que, se resistía a dejar el poder, mientras emanaba un olor a pescado podrido, de la boca de cada uno de sus portavoces, cada cual más cínica que la otra.

El día amaneció gris plomizo, frío. No quise quedarme a la guardia por la democracia que, muchos optaron por hacer en la madrugada en el Paseo de los Héroes Navales, para estar con energía la mañana siguiente, y porque temía que por la noche, al amparo de las sombras, como era y es su costumbre (como la resolución del Jurado electoral absolviendo a Keiko Fujimori), vinieran a reprimir a la gente.

Cuando llegue a la avenida Grau, ya marchaban los contingentes que habían venido del interior del país, la gente de Loreto y Pucallpa que venían vestidos como nativos medio calatos, venían dando saltos y bailando para no congelarse. Lloviznaba. La marcha llego a la plaza Grau y, continuaba por Lampa, mientras la multitud crecía y se apachurraba, eran cada vez mayores la energía y el nerviosismo. La consigna era evitar que juramentara el trafero.

En el cruce con La Colmena reventó la represión, desde los techos nos tiraban lacrimógenas y perdigones, aunque atrincherados detrás de kioscos de periódicos, veíamos como algunos policías tiraban hacia arriba y nos saludaban caleta, enseñándonos el pulgar. Retrocedimos ante el insoportable olor de los gases. No se de que rara ingeniería, había salido la peregrina idea, que llenar una botella de plástico con dunlopillo servía como mascara antigases. Por mi parte, recordando los ochentas, había llevado pañuelo y vinagre y, me lo aplicaba y lo pasaba a los compañeros y compañeras que venían a pedírnoslo. Las fallidas mascaras antigases se usaban encima de los ojos a manera de cascos. Le pregunte a un gordito colorado por qué no se la terminaba de quitar, porque me da caché me respondió cachoso.

A correr, atacaba la poli, nos replegamos y fuimos por la avenida Abancay. Allí antes de salir disparado de nuevo, vi a la congresista Gloria Helfer intentando pasar entre la policía instantes antes que la bombardearan con lacrimogenas, la pudieron haber asfixiado. Todo ese día me la pase corriendo, corriendo y jodiendo. Nos replegaron hasta la plaza Manco Capac, donde estaban los campamentos con los hijos de los manifestantes venidos del interior y se atendían a los heridos y contusos. Allí cargo cobardamente la policía, gaseando a niños, aporreando gente ya previamente lastimada, a lo lejos había empezado a arder el edificio del Ministerio de Educación, la cosa se ponía cada vez más fea, se hablaba de muertos, de explosiones, de autos desde los cuales se disparaba al bulto.

Regresamos al centro, donde lumpenes infiltrados por el fujimorismo, provocaban a la policía, los cuales al ser expulsados por los manifestantes, sacaban armas amenazándolos. Al pasar por el Palacio de Justicia, los policías sacaban cajas con papeles por las ventanas, borrando las pruebas de juicios que incriminarían seguramente a los mafiosos en el poder. Frente a este edificio vimos a Víctor Delfín herido, segundos después que un oficial de la policía alevosamente le disparo casi a quemarropa, una bomba lacrímogena en la cabeza. Sangraba tirado en el suelo, mientras espontáneos lo auxiliaban y buscaban desesperadamente un vehículo para evacuarlo del centro. Como a las 4 de la tarde, seguíamos protestando ahora atrincherados en el Parque de Lima, pero ya poco a poco se diluía la protesta, el chino había juramentado en olor de bomba lacrímogena y había suspendido sus celebraciones, le habíamos cagado la fiesta, nos esperaban aun muchas jornadas de protesta y templanza hasta el final de ese gobierno espurio y nefasto.
Mi hermano mayor estaba en casa de mi madre, cuando por la radio, escucho la noticia de la explosión en el banco de la Nación, y que habían por lo menos 6 muertos. Culpaban de terrorismo a los organizadores de la protesta, empezando por Alejandro Toledo candidato opositor al chino rata. Inmediatamente se fue a buscarme sabiendo que estaría por allá, preocupado, me dijo luego que sintió vergüenza por haberse quedado en casa (por los hijos, la familia, la edad), pero que al ver tanta sinverguenzeria y el vano intento de querer acallar la expresión popular, se fue, recordando su años mozos. Le toco estar junto con los comuneros huancavelicanos que ataviados con su trajes multicolores, enfrentaban organizadamente la protesta, a estas alturas ya convertida en franca batalla campal. 

Así empezamos esa década mi hermano y Yo. El murió atacado por un cáncer al finalizar la misma, en un hospital del estado, como la mayoría de peruanos. En medio de carencias, la insensibilidad de los médicos, la falta de casi todo. Allí vimos y padecimos, la desesperación de los más humildes, con salas de emergencia atestadas de moribundos, a los cuales no se les daba ni una pastilla de alivio, gente con terribles dolores agonizando durante horas antes que se les pudiera tomar los datos básicos, por la falta de servicios e infraestructura, que la corrupción de toda la vida, ha evitado, derivando esos dineros, de nuestros impuestos y de nuestro patrimonio, (que si han existido y existen aun), a sus cuentas personales, a pagar sus lujos, sus comilonas, sus orgías, a pagar estudios en el extranjero de sus hijos y, a darles una vida de ocio a costa del sufrimiento de nosotros, los peruanos, como es el caso de esta ociosa e inmoral mujer, Keiko Fujimori.

Con Fujimori y su 5 de abril, no solo se constato lo peor que genera el poder en gente sin escrúpulos, además de ello, institucionalizó una cultura del despojo y la corrupción de manera transversal en toda la sociedad peruana, la cual va junto con el caos, con la falta de respeto mutuo, con el acomplejamiento de una sociedad, con la falta de ciudadanía. Lo que existe en el país desde su fundación, y que, ya a finales del siglo XIX, Don Manuel Gonzales Prada describiera certeramente cuando dijo que, en el Perú donde se pone el dedo salta la pus. Con Fujimori y sus años de dictador, se cimento una forma desagradable de ser peruano, el de aceptar el roba pero hace obra, el de la cultura combi, el de ver al sinvergüenza como el triunfador y a la persona honesta como un imbécil. El de 300,000 mujeres esterilizadas contra su voluntad, el de las fosas comunes y escuadrones de la muerte, del reparto de millones en la salita del SIN comprando a la prensa corrupta, de la droga transportada en el avión presidencial, de la inestabilidad laboral, de los services chupando la sangre de los trabajadores, la falta de beneficios sociales, los contratos de cuarta categoría. La mierda en toda su dimensión. .


Sus defensores niegan al igual que negaron los nazis sus múltiples crímenes contra la humanidad y, como ellos, ensalzan la figura de su caudillo, claro. Hitler reconstruyo una Alemania de la posguerra, dio trabajo, desarrollo el país, para luego llevarlo a su peor hora en la historia, destruirlo, hacerlo mierda, eso es precisamente lo que el fujimorismo como fuerza representativa de lo peor del país, de lo que lo mantiene sumido, sin florecer, intenta. 

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