“Parco Sempione” cinco y media de la mañana. Se podía
considerar una madrugada de otoño, avanzado, aquel 10 de noviembre dos mil
nueve, pero ya tenía las primeras arrugas del invierno que se acercaba cada día
más.
Francisco había salido un poquito antes en comparación
a lo que hacia diariamente, desde Limbiate donde solamente dormía, para irse a
la Ciudad. Entonces, salido del Metro Cadorna, paseó un poco por el parque ante
de dirigirse hacia el Palacio de la Bolsa Valores de Milán en donde trabajaba
para una empresa encargada de retirar y guardar la documentación producida por
el palacio que representaba la economía de este país. Cargaba y descargaba
camiones de bultos llenos de documentos contables, fotocopias, archivos y
archiveros viejos, papel….un océano de papel.
Aprovechando de los últimos minutos de libertad en
este pulmón verde de la segunda capital de Italia, Francisco Manuel Rodríguez
Rojas, reflexionaba sobre el hecho que ya eran tres los años de que había llegado
desde Lima, y se acordaba perfectamente que en la primera tarde transcurrida
por el centro de la ciudad, encontrándose perdido en un sitio nuevo para el, se
atrevió, tímido como era, a pedir informaciones viales a la gente que caminaba
por la calle. Bueno, tres sobre tres que le contestaron eran de su tierra.
Al mismo tiempo, pero pensaba en lo duro que era,
lejos de su casa y ajustando para llegar a fin de mes, pero eso formaba parte
de su programa personal, pasar algunos años en Europa y después volver a su
casa, eso es lo que el quería hacer. Y en el mismo “Parco Sempione”, pasaban en
su mente una serie de imágenes de la capital del Perú: Miraflores, Barranco,
Magdalena pero, en particular de otro parque, siempre del otro lado del mundo.
Se trataba del “Parque de La Media Luna”, en San
Miguel, y se acordaba como de plaza desierta y llena de viento y arena, le
habían dicho y había visto en las fotos recibidas por Internet, que se había
vuelto un sitio hermoso desde el cual poder mirar el inmenso océano Pacifico.
Iba siempre en el mismo locutorio, manejado por un
chico de Bangla-Desh triste pero con una educación y un atino de príncipe que
te cobraba dos euros por una hora de conexión.
Francisco era de San Miguel y en la ciudad de los “Navigli”
era difícil encontrar los espacios del Pacifico…Pero a el le gustaba Milán, le
gustaba el centro tan elegante y moderno, “San Babila” y la “Galleria” llenas
de gente aparentemente tan convencidas de estar bien, mezclados a los nuevos
pobres, de parecer pinturas barrocas sofisticadas, un poco estáticas en sus
efectos visuales casi de pálida falsedad. No quería vivir para siempre allí
pero quería aprovechar este periodo, a pleno.
El trabajo lo cansaba mucho, no era muy gratificante,
poco retribuido, pero durmiendo en Limbiate y viviendo el día, y algunas noches
por semana en casa de amigos o…amigas, en Milán, ahorraba algo, una alcancía.
Su empleador era una empresa que trabajaba para La
Bolsa de Valores retiraba documentos y lo llevaba a un archivo en un enorme galpón
ubicado en las afueras de Milán, hacia el aeropuerto de la Malpensa, donde
tomaba el avión para ir a su casa.
El núcleo central del Norte de Italia estaba repletos
de peruanos, algunos vivían desde mucho tiempo en la Península, otros habían
recién llegados, otros buscaban pleito…Francisco era una persona muy seria,
chupaba solamente en las fiestas y matrimonios, a parte estos eventos,
trabajaba, leía, ahorraba su dinero y hacia sexo ocasional con mujeres de
diferente nacionalidad sin cristalizarse en la búsqueda de una compatriota….
Entró al trabajo puntual, como cada mañana, a las seis
exactas, todo lo querían en la empresa, hasta los tanos mas racistas, había
algunos, pero era un racismo nunca violento u ofensivo era más…cargando con
bromas pesadas.
Los Recuerdos lo ayudaban a ir adelante sobre todo
después del último viaje que había hecho. Se había dado cuenta que Lima había
cambiado, que era más moderna, en fermento, más internacionalizada. La vio
crecida, optimista para el futuro, un año, quizás dos lo separaban de la vuelta
y algo programaba armar después de su regreso.
Merecía afirmarse en su hogar de origen después de
tantos sacrificios en otra tierra. El seguía trabajando y viviendo su Milán,
porque la sentía suya, le servía para abrir su cabeza, para aprender.
La crisis económica había golpeado todo el viejo
continente, incluyendo, “Lo Stivale”, con repercusiones y consecuencias graves
y fuertes en el empleo y en las condiciones de vida de todos lo que estaban en
la tierra de Dante Alighieri y Roberto Baggio.
La gente era preocupada, sin perspectivas, con pocas
esperanzas pero con la obligación de seguir luchando para sus hijos, para
ellos, para la sobrevivencia del sistema de vida que estaban acostumbrados a
tener.
La tiniebla de aquel noviembre deprimía más al paisaje
poniéndolo aun más triste y oscuro, mientras que la garúa vivida en la ultima
visita limeña tenía la ráfaga de viento del cambio, del nuevo.
Sabía que era difícil, que era complicado, que era
jodido, pero valía la pena luchar e intentarlo y por eso no se perdía de animo,
Francisco, iba por el camino correcto.
El trabajo empezaba a volverse muy frenético,
necesitaba estar totalmente concentrado, dejó sus recuerdos limeños y se
sumergió en las actividades que le daban de comer. El día de chamba pasó muy
rápido, no tenía un momento de respiro, pero llegó a su fin, el tiempo, a
veces, puede ser nuestro mejor aliado. Martes, normalmente, no volvía a
Limbiate, quedándose en casa de Luis un colombiano que se había establecido en
Milán desde el año ’94.
La pasaba bien con el, Luis era de Manizales pero se
había “milanesizado” a lo largo de los años. Era una amistad parecida a las que
tenía en Lima con los amigos más antiguos que se habían quedado, con diferentes
suertes. Convivía con las imágenes y las realidades de estas dos ciudades, una,
su casa, y la otra su lugar de experiencias y descubrimientos.
Las ciudades son similares, iguales o diferentes,
somos nosotros que las acomunamos, con nuestro vivir, haciendo que parezcan
hermanas y no simples primas lejanas o amigas.
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