La Paz - por Esteban Vargas Tirado

La Paz

4000 metros sobre el nivel del mar no son moco de pavo, así que al rato de aterrizar en el
aeropuerto de El Alto, ya nos faltaba el aire y la cabeza pesaba como si fuera de plomo. Hicimos nuestra cola de 10 minutos en el control migratorio. Unos policías uniformados y de mal humor, desde unos cubículos de madera contrachapada, que parecían kioscos de golosinas, nos sellaron el ingreso a la República Bolivariana de Bolivia. 

De allí, rapidito a un taxi, para bajar unos cuantos cientos de metros de altura, hasta la ciudad de La Paz.


El Alto nos recibió con un mediodía soleado y tibio, contra todo pronostico, y montañas de basura acumulándose en las intersecciones y medianas de las avenidas, a causa de una huelga de los trabajadores del recojo de basura, actividad privatizada por el gobierno municipal de la ciudad (opositor a Evo Morales) y, que hace agua (más bien basura) por todos lados.
Encontré algo más empobrecida a la ciudad, en comparación al año 2006 cuando la visite por primera vez, a pesar que, los indices de pobreza han bajado sensiblemente en los últimos 10 años en Bolivia. El centro de la ciudad, con todo lo representativo que es, siempre en las capitales latinoamericanas, me mostraba una cara menos amable que los indices macro económicos. Como siempre.

Las mansiones envejecidas alrededor del Paseo El Prado (será ese el destino de los centros históricos de Sudamérica, ayer esplendidas viviendas de la oligarquía rentista, hoy mudo retrato de su deterioro y, ojala, anuncio de su próximo final), cayéndose a pedazos, tugurizadas, sucias de hollín, combinando con el rancio olor a fritanga de los múltiples puestos al paso de pollo broster. Calles donde a menudo, se ven ancianos o niños mendigando. Como sombras pasan embozados unos adolescentes, con el rostro cubierto con pasamontañas, cual Subcomandante Marcos lustrabotas, ofreciendo su servicio al paso u ofertando su periódico El Hormigón Armado - Colectivo de lustra calzados, vende dulces y limpia parabrisas, los olvidados de siempre, los anónimos que, en La Paz se han organizado para defenderse y hacer valer sus derechos. En medio del paseo, una chabola de familiares de detenidos desaparecidos y, un megáfono incansable acompañando la información, con fotos y reclamos de justicia para las víctimas asesinadas y/o desaparecidas por el Plan Cóndor, con carteles envejecidos y sucios también, hablan de tiempos idos, pero que aun no han traído uno nuevo.

¿Cuanto tiempo de políticas sociales será necesario para cambiar realmente una sociedad?, ¿Cuánto de subir gradualmente los salarios, hasta que representen la cantidad total de valor creado y de vida invertida?. ¿Cuánto de mejorar la calidad de vida, de poblaciones enteras como la boliviana, como la andina, expoliadas por siglos, condenadas a la marginación y miseria, por los españoles y luego por las repúblicas criollas, las banana republic (en este caso estaño republic)?. ¿Cuántos años, lustros, décadas de crecimiento económico, de redistribución de la riqueza mas justamente, de potenciar la educación y los valores ciudadanos, de democracia popular?.¿ Cuantos años serán necesarios?, acaso cien, doscientos, para poder asentar sociedades, países donde sus habitantes vivan con dignidad. 100 años de continuidad por lo menos pensé.

La peor imagen de esos días, una niña de 10, 11 años, bailando en una esquina dando saltitos como una muñequita mecánica. Una muñeca de trapo, cuando paraba y miraba con los ojos hacia abajo. Avergonzada cuando paraba, avergonzada también cuando bailaba, agarrando y alisándose sus negrisimas y hermosas trenzas. Bailando sobre un mismo sitio, con una musiquita de mierda que salía de un radio a transistores. Cuando se percato que la miraba, recogió su radio a pilas, la bolsita de las limosnas, y partió raudamente entre el gentío de aquel día gris, de aquel día horrible. Como ella muchos niños en la calle mendigando, solo superados en número por ancianos mendigando, vendiendo caramelito o pidiendo plata directamente, gente con ropas del campo, migrantes del altiplano, viviendo en la mugrienta y helada calle. Sudamerican rock.

Con Evo llego el comunismo según sus detractores. A lo mejor es así, pero siendo justos, un comunismo modernizador que, entre otras muchas cosas, ha sido capaz de pensar algo que ahora es obvio. En una ciudad como La Paz, o mejor dicho dos ciudades sumando a El Alto, ubicadas en una hoyada, con calles intrincadas que se entrecruzan en una bajada abrupta, en estrecheces que la condenan al caos vial perpetuo, con una vía principal única, de entrada y salida, imposible de ampliar, con trafico infernal y contaminación mortal. Para esa realidad, pensó y ejecuto, la salida más inteligente. Por el aire. Actualmente hay operando, tres líneas del Teleférico de La Paz, de las 8 proyectadas que, además de elevar el atractivo turístico de la ciudad, son usadas masivamente, desplazando a la población en tiempo récord en este nuevo servicio.

Evo tiene sus detractores y el desgaste de dos períodos de gobierno, y su pretensión (no refrendada en las urnas) de alargar un período más su gestión gubernamental. Eso se ve en las calles, en las paredes, a veces groseramente. Pero nadie como el. Luego de perder el referendo, sus primeras declaraciones han sido, “La vida sigue y la lucha continúa” .

Tan presidente de su pueblo ha sido y sigue siendo que, en las afueras de Palacio Quemado, la sede del gobierno boliviano, lo esperaban una noche cualquiera un compacto grupo de pobladores, cual fans de un cantante o artista de cine, con familias provincianas, señoras en paseo nocturno, jóvenes paseando a sus perros, viajeros sudamericanos. Expectantes delante del escaso control de seguridad, esperando poder verlo, saludarlo, decirle algo, durante el fugaz momento en que, raudamente salio del Palacio hacia un auto oficial, saludando con el brazo en alto, campechano. Como uno más. Por eso también es un gran líder.

La ciudad es sabido, está dividida geográfica y clasistamente, el norte pegado a la cordillera, corresponde a la ciudad de los pobres, de la migración del campo, del tugurio. Al sur y abajo, las esplendidas mansiones y los barrios que tratan (inútilmente claro) de no ser América Latina, lejos de la chusma, de los cholos, de los pobres. Tanto asco y miedo les tienen que, han abandonado su ciudad antigua, con sus palacetes señoriales y, en donde los arrebatos racistas, llegaron a ser tan increíblemente estúpidos y delirantes que, hicieron en 11 ocasiones acribillar a tiro de pistola, el monolito de piedra, conocido como Monolito Bennet, traído de Tiahuanaco, a un parque publico a inicios del siglo XX (felizmente ya está de vuelta en Tiahuanaco, a salvo de tiradores racistas).

Pasando el tradicional y aristocrático barrio de Obrajes, camino a Calacoto, hay un desvió (con microbuses y taxis baratos) que lleva al impresionante Valle de La Luna, obra maestra de la naturaleza, algo afeado su entorno por los ricos y sus mansiones que, en su delirio hortera/huachafo, acercaron al límite sus casas. Igual la naturaleza es incomparable, superior a cualquier creación humana. Solo al pie de los imponentes Illimani y Huayna Potosí, se explica este paraje surcado por la erosión de intensas lluvias prehistóricas, modelando figuras, picos, montañas a escala, bosques de terracota, laberintos de gentiles.
Caminaba tarde, pasadas las 4, cuando el sonido de una quena capturo negativamente mi atención. Mire con el zoom de la cámara, hacia donde venía la musiquita, y vi, subido en uno de los picachos a un hombre con chullo, tocando la quena. Un brichero haciendo bulla, pensé despectivamente (20 años viendo bricheros me han hecho pasar de la novedad, al asombro, a la envidia, a la simpatía, a la indiferencia y, al hastío). 

Me molesto que quebrara la paz profunda que inspira el sitio, el viaje al pasado antediluviano, aunque con los minutos, curiosamente, se encendió la tarde, con el sol iluminando las rocas y cárcavas, mientras la música iba creciendo en intensidad y armonía... El dolor llega a mi vida....el dolor llena mi ser....cantaba el músico, y su voz entonada se parecía cada vez mas a si misma, al espíritu altiplanico, a su melancolía. Era Donato Condori, músico y luthier que se gana la vida cada día tocando para los visitantes del valle, ....en la cajita en el camino pueden dejar una colaboración para el músico - decía - nomas no vayan a echar menos de un boliviano, si es así mejor no pongan nada, que no va alcanzar ni para una comidita...., los pocos visitantes que quedaban, pararon como nosotros, encandilados, viéndolo tocar el charango y saltar en la punta de un pico, como un pájaro de las alturas. Un plus inesperado, soberbio mientras caía la tarde. El espíritu de Bolivia en su charango.

Ya nos habían advertido, desde siempre. Cuidado con los aymaras son...especiales...son cerrados...son negociantes...son peligrosos, ya no recordaba cuando había sido la última vez que me habían advertido, porque desde hace años vengo escuchando la misma advertencia. Eso quedo de manifiesto la ultima noche en La Paz, cuando tomamos en el Paseo El Prado uno de esos omnibuses GMC, enormes, de puro fierro, aparatosos en las estrechas y congestionadas avenidas del centro de la ciudad. Queríamos ir al Terminal terrestre para comprar un pasaje de bus directo a la frontera y de allí a Puno, a continuar el viaje esta vez por tierras peruanas.
El bus debido a sus dimensiones debía desviarse, y pronto nos desorientamos completamente acerca de donde debíamos bajar, además de preocuparnos por las apariencias cada vez marginales de las calles (parecidas por esa parte al barrio de San Jacinto, o el cerro 7 de Octubre en Lima). Volví a preguntarle al chófer si ya debíamos bajar, cuando tres personas diferentes sentadas en la parte delantera, me empezaron a dar indicaciones de tiempo y lugar, cada cual más precisos, sacando en resumen que faltaba aun como 10 minutos más y diciendome que no me preocupara, que me avisaban, que me vaya de vuelta a mi asiento. Una vez allí, desde todos los flancos del bus, oficinistas, jóvenes emos, señoritas en edad de merecer, mamachas con trenzas, señores con pinta de chamberos, todos nos iban dando una nueva información de donde exactamente bajar, cuantas calles y hacia donde debíamos caminar, donde no debíamos cruzar la avenida, desde atrás se acerco un señora quien nos tomo del brazo, diciéndonos que el chófer tenía la O-B-L-I-G-A-C-I-O-N de dejarnos exactamente en la esquina mas cercana al terminal. Ya bajando, le increpaban varios al chófer que era mejor media cuadra mas allá. Casi me caigo por agradecer a toda la gente que, nos iba deseando buen viaje, mientras bajaba las escaleras del bus.

Partimos de La Paz, rumbo al Lago Titicaca, muy temprano por la mañana, desde un Terminal Terrestre algo caótico. Sobre la hora de salida, después de hacer una cola ante la ventanilla de la agencia, nos llevaron raudamente a un vehículo que era la mitad de grande y el triple de viejo que la foto del bus que nos mostraron al comprar el boleto. En fin, gajes del oficio, tarea para la administración de la ciudad para mejorar los servicios y evitar la estafa. La cólera solo me duro dos horas puteando a la informalidad, mientras no terminaba de entrar en la especie de cubículo de fierro, trampa para enanos, que era mi asiento. Nada que la visión impresionante y arrebatadora del Lago Titicaca no sanara. Gracias Bolivia, gracias La Paz. Regresaremos.



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