Fun Trip en el Vrae - por Esteban Vargas

Bienvenido Welcome
Esa noche de febrero del 98, húmeda, densa y calurosa, fumaba un cigarro acodado en el puente de hierro sobre el Río Apurímac, que une los poblados de Kimbiri y San Francisco, mientras me debatía entre sensaciones y sentimientos encontrados. Miraba en silencio el inmenso río lleno de meandros y remolinos que, como un animal antediluviano, rugía en lo oscuro.
 
Imaginaba y hasta casi veía también, un río subterráneo, como una aparición que me desconcertaba. Bajaban por el, traídos por la corriente, miembros, cabezas, cuerpos mutilados. En este río de mi visión, el agua venía teñida por la sangre de los asesinados, como se vio, muchas, demasiadas veces, durante la cruenta guerra interna que, tan malamente asoló el Valle del Río Apurímac y Ene, durante los años ochenta y parte de los noventa.

Una tarde cualquiera a inicios de los ochenta, todo el que pasará por esa vereda, veía a un hombre encapuchado parado en el balcón del hotel Vacors, frente a la pista de tierra afirmada del aeropuerto de Kimbiri, llamada oficialmente pista de aterrizaje, que usualmente es un gran secadero de granos de café y cacao, y algunos fines de semana por la tarde, es usada como cancha de vóley. Este hombre, en esa mala tarde en que, la gente se término de enterar que habían iniciado una temporada en el infierno, señalaba con el dedo a muchos hombres y mujeres de San Francisco, Kimbiri y caseríos de los alrededores, que los soldados habían llevado en masa. Luego, eran separados del grupo a veces entre suplicas, o a veces en silencio, para no ser vistos nunca más, por lo menos enteros, ya que todo el mundo sabía, en esos mediados de los ochentas que, bajarían mas tarde por el río, en forma de cuerpos descuartizados y agua de color rojo.

Así se sentía esta selva ayacuchana, después de caminarla incesantemente por dos intensas semanas de 1998, año en que los precios de la coca estuvieron por los suelos y, las mafias de narcotraficantes migraban temporalmente a territorios más tranquilos para su negocio, como eran las sureñas selvas de Puno.

Es un territorio montañoso y salvaje. De carácter que cría gente de carácter. Alternaba por esos años cerros frondosos con paisajes de cafetales, cacaotales y, coca abandonada o sembrada según la época. Agua por todos lados, en forma de ríos, riachuelos, quebradas y huaycos. Verde en todos sus matices, olor a monte y leña picante, caminos de tierra rojiza, arcillosa, que ponía y sigue poniendo a prueba a los chóferes más bravos y diestros, cuando llueve y el mundo se convierte en puro lodo resbaloso. Esos días, estaba el campo repleto de desnutrición, reflejada en niños barrigones de pelo decolorado casi transparente que, salían de sus casas, al ruido del motor de la camioneta, mirándonos en grupos de 4 o 5, desde sus cabañas rusticas de madera ennegrecida por el moho. Atrás asomaban la cabeza sus madres, vestidas con faldones y polleras de colores de la mujer andina ayacuchana. Para ese mes de febrero con fenómeno del niño, el termómetro se acercaba a los 40 grados centígrados de calor húmedo, pegajoso, insoportable, seguido de aguaceros diluviales de media hora y tormentas nocturnas, cuyo ruido, parecía una batalla de cañones en el cielo.

Paradero al VRAE
Son como las seis de la mañana en el terminal de combis, autos y camionetas para el VRAE, en la ciudad de Huamanga. Un hombre baja de una mototaxi cargando con dificultad cuatro o cinco bultos, paga y, desorientado, se para en medio de la calle mirando alrededor, buscando la línea de combis que lo lleve a su destino. No se queda así más de 10 segundos pero es suficiente. Como un ataque de hormigas marabuntas, lo rodean 10, 12, 15 jaladores, que lo toman del brazo, de la casaca, de la correa. Cada uno trata de llevarlo a su combi. Al poco tiempo el hombre esta todo descuajeringado, con la chompa por el pecho y la camisa afuera. Un jalador más avezado deja de pelearse con los otros y, directamente, coge los bultos y los lleva a su vehículo. El hombre cruza la calle corriendo tras de sus cosas, hecho una marioneta del transporte informal.
Tambo
Después de tres horas de viaje, aprisionado en el poco espacio que dejan los asientos reformados, llegamos a Tambo. Es un mediodía lluvioso, gris, apagado y frío y la primera mirada me dice que, al parecer, hemos cruzado la dimensión desconocida. La calle, es una estampa de un país antiguo, como del siglo XIX o inicios del XX, casi una descripción textual de un libro de Arguedas o más atrás, del Mundo es ancho y ajeno.
Calles estrechas por donde apenas pasa un vehículo a la vez, llenas de gente del campo vestida con ojotas, ponchos marrones chullos y sombreros negros que apenas dejan ver sus rostros. Mirando en silencio, siempre en silencio. La combi para en una curva, a cargar y descargar bultos del techo, frente a dos papachos sentados en el suelo, apoyados en sacos de algo, chacchando, que miran inexpresivamente. Como gente campesina que son, siempre se mueve llevando o trayendo cosas, aprovechan sus salidas a la ciudad de manera total. Nunca he visto un papacho en zonas rurales, caminando sin llevar un bulto, paseando nomas, aunque sea cargan cajas de cerveza, o un saco de maíz o una bolsa de cemento al hombro. Mínimo.
Me abrigo y observo desde mi asiento, mientras sube y baja gente, y entra un ramalazo de aire frío, de aire de altura, fresco con aromas de muña y eucalipto. Las casas de dos plantas, estrechas y alargadas, la vía más estrecha aún, los techos de rojas y gordas tejas de barro cocido, la gente vestida a la manera de allí. Mientras la combi arranca y lentamente continua transitando por la calle, me parece ver a Rosendo Maqui, sentado en la vereda, haciendo que se arregla las ojotas, mientras escucha, espía, hace reglaje, de los planes de los señorones, de los mistis. Por un instante, el tiempo se convierte en muchos tiempos. Pienso también y no puedo no estremecerme que, por allí mismo, por esa calle, pasaron los periodistas rumbo a su trágico destino de morir lapidados y descuartizados a hachazos en Uchuraccay el año 83. Avanzamos por dos calles largas y ya empezamos a salir, junto a unas sementeras, bosquetes de eucalipto y quebraditas, de esa breve ciudad del pasado.
Arrive to San Pancho
Llegar a San Pancho es un alivio, después de 7 horas de viaje por una carretera, que pasa de asfaltada a solo afirmada a partir del hermoso pueblo de Quinua. Al bajar de la combi y sus estrecheces, en la esquina del puente sobre el Río Apurímac, se puede comprobar que las miradas pesan. Se sienten en la nuca, como si se cargara un collar de plomo.

Te miran el vendedor ambulante de calzones y medias, la tía que remueve la fritanguita, el gordo de la cebicheria / chicharroneria de lagarto, el llenador de las combis a Huamanga, el paseante, el viejito cochambroso sentado en el suelo, la tetona blanquiñosa de los jugos. También te miran, el perro malcomido y carachoso, y hasta el zancudo que viene a chuparte la sangre fresca, virgen, de recién llegado a la selva.
Para quién vigilan?, quien lo sabrá, porque puede ser para la DEA, el SIN, la Policía Nacional, la Marina de Guerra, la Infantería, la DINANDRO, la DIRCOTE, la CIA, Sendero Luminoso facción Artemio, cada una de las firmas de la droga presentes en el valle, etcétera. Ya no sabes en quien confiar, así que lo mejor es hacerse el zonzo. Mientras más te vean mejor y, mientras más huevón parezcas mejor todavía, mismo Yo Claudio de Robert Graves.
No vale hacerse el interesante, en este valle sería tan estúpido como intentar hacerse el valiente en una discusión de bar con unos sicarios, o faltoso en un control militar de carreteras. Mejor que te miren, te remiren, te fotografíen y se den cuenta que has llegado. Ellos, quienes sean, sabrán rápidamente para que y con quien has venido. La mejor forma de pasar desapercibido es haciéndote visible.
Obviamente no puedes confiar en nadie. Ni en el solicito ingeniero de los proyectos de desarrollo, ni en el dueño del bar de putas que, además de vender merca, vende información a quien le pague. Ni siquiera puedes confiar en el simpático cuartelero del hotel, el huaralino cojo apodado El Inmortal (porque dicen que nunca va a estirar la pata), en un tipo tan sonriente no hay manera de confiar. Ni en el, ni en el mozo del restaurante, ni siquiera en las culebras e isulas que hay como cancha por el campo. Tampoco en el lagarto que, vas a comer días después en forma de chicharrón, para luego ser evacuado con hepatitis infecciosa. En ese menos.
Apurimac River
El rio es una fuerza sobrenatural, largamente superior a los pobres humanos y sus ingenios, que transitan y surcan por necesidad sus aguas. Ruge debajo de la lancha. Nos lleva en vilo encima de sus olas, quien sabe si jugando nuestro destino a los dados, mientras navegamos, en plena época de lluvias, de Canayre a Puerto Cocos. Nuestro motorista, a la vista cada vez más nervioso, grita al puntero - equipado de un palo largo y grueso - que, ponga más atención con los troncos que vienen de frente. Hay pura agua marrón, toneladas furiosas y remolinos horribles por los cuatro costados. Pedazos de tierra firme con matas de plátano y arbustos, pasan navegando, a manera de islas flotantes. Arriba, el cielo en cualquier momento, estallara en forma de rayos y truenos.
Miro para atrás al conductor y leo el miedo en sus ojos - La cagada - pienso - si este esta asustado nos jodimos -. Mientras intenta, busca y no encuentra el momento ni la maniobra precisa, para entrar desde el río Mantaro, a la masa mucho más grande y potente del Río Apurimac. Parecen dos inmensas serpientes que se entrelazan en su unión, para formar el Río Ene. La fuerza de su correntada nos puede voltear si la maniobra no es precisa.
Nadie se mueve de su sitio, una sola persona que hiciera un movimiento brusco, o que se intentara parar, nos volteará sin remedio. Allí moriremos. Me vienen a la cabeza, como un mal chiste, mis remotas clases de geografía de la secundaria, en la formación del río Ene, por qué ese río tiene nombre de letra pensaba, debe ser un río insignificante.....
Es tan fácil ser devorado por el río, como con demasiada frecuencia, les pasa a los pobladores de estos valles perdidos de Dios. Tragados por la furia inconmensurable de estas aguas comegente. Como sucedió, a los maestros de primaria de Villa Virgen que, regresando de cobrar su sueldo, los volteo la ola, en el encuentro con el río Itigalo. Como inexorablemente, se ahogarán dos semanas después, 15 pasajeros (más el conductor, más el puntero) de este mismo servicio Canayre - Puerto Cocos, tragados por esta naturaleza cruel.

Sabes como sacas a un traqueta ?
Navegamos tres cuartos de hora para llegar a Puerto Cocos. Pomposo nombre, para un mísero desembarcadero, al que se pegan chozas y casuchas provisionales convertidas en tiendas, merenderos y bares. Cerca al desembarcadero, entre las palmeras y los platanales de la orilla, las meretrices se bajan el calzón y medio paradas, atienden a sus primeros clientes del día, cuando aún no son las 10 de la mañana. A 20 metros, unas ramadas junto al río y mesas con gente bebiendo, junto a los negocios que cargan y descargan mercadería, verduras, paquetes de gaseosas, cajas de cerveza, plástico de todo tipo, cajas de leche evaporada, de atún en conserva, sacos de arroz. - Sabes como reconoces a un traqueta ? - me dice Edwin- Mira cuantos pomos hay encima de la mesa - Miro como quien no quiere la cosa, no vaya a ser que alguien se moleste. Cuento hasta 20 botellas vacías encima de una mesa, donde tres tipos con lentes ray ban, conversan animados. Una lancha con personal del Ministerio de la Mujer sale, todos los trabajadores llevan chalecos salvavidas de color naranja. Unos así deberías encargar hacer a la cooperativa - le digo a Edwin, el ríe diciéndome: esa huevada no sirve para nada acá, no te salva del remolino, los chalecos solo sirven para ubicar tu cadáver ahogado.
Comité de Autodefensa
Ya perdí la cuenta de cuantas horas llevamos caminando. Subir y bajar, subir y bajar, laderas llenas de barro, caminos llenos de monte, cuestas empinadas que secuestran el aire, bajadas abruptas destroza rodillas, y un calor insoportable, pegajoso, mugriento, eterno. Caminamos ya por orgullo, para no abandonar, también porque estando en medio de ninguna parte, da lo mismo seguir o desandar. Voy con la cara hacia abajo, mientras subo la enésima loma de barro rojizo. Desde un charco el suelo me devuelve, directo a la boca, un vaho de vapor hirviendo. Casi me desmayo, tiro la mochila al suelo y respiro profundo, mientras el sudor corre ácido por mi cara, entra a los ojos y me ciega.

Luego de algunas horas caminando, paramos ante una fila de piñas al pie del camino. Bajo sus brácteas se dejan ver cilíndricas, enormes, hermosas. De quién serán? Del pueblo compañeros. Lucho desenvaina el machete, da un tajo y levanta una por las brácteas, impecablemente decapitada. Luego, sobre una piedra, separa seis o siete rodajas, que chorrean una miel dulce y fresquecita. Deglutimos como cavernícolas desesperados. Cuántas horas nos falta para llegar, pregunta Edmundo, falta todavía nos responden, por lo menos no nos han dicho que aquicito nomas. Resignados seguimos caminando, recolectando todo lo que sea comestible por el camino. Caen a la bolsa, cuando no directamente a la tripa, plátanos, mangos, naranjas, limas, toronjas, anonas, pacaes. A patadas, hacemos caer un par de papayas maduras. Rescatamos los plátanos que aun no han tocado los pájaros, de las muchísimas campanas que hay tiradas por el campo.
Por el camino, como a las tres o cuatro de la tarde, un agricultor amablemente nos convida unas yucas asadas en piedras calientes, sentados en la covacha de su parcela. Son yucas enormes, arenosas y deliciosas que el calor de la brasa ha partido y agrietado. Nos devuelven el alma al cuerpo. Llegamos a Rosario Acon recién al anochecer. Reventados, hechos una mierda. Casi me lleva la brava quebrada a la entrada del caserío, la hemos tenido que cruzar apurados por la noche que caía, saltando entre las piedras, ayudándonos con palos para mejor equilibrio.
Aprovechamos un chorro para bañarnos. Desde el pueblo, salen unos destellos verdes. Son unos chibolos relajados de turno en la ronda, que nos miran con visores nocturnos. Edmundo mira con desgano - que miren pe, a lo más verán mi culo blanco - . Malcomemos algo y caemos dormidos como piedras. Al clarear, como a las 5 de la mañana, nos llevan de la choza a la plaza central. Allí, en semicírculo, esta formada la ronda de autodefensa de este pueblo, 4 muchachos de no mas de 20 años empuñando fusiles FAL, atrás de ellos en estricta formación militar, veinte o treinta ronderos con carabinas wínchester y armas hechizas, también un par de lanza-granadas o algo parecido, tampoco me detengo mucho a mirar. Medio dormido, canto junto con ellos el himno nacional y luego, nos ceden el honor de dar la arenga del día, les deseo suerte y vivo al departamento de Ayacucho y al Perú, mientras pienso en el desayuno y el día que aclara. Es la frontera, más allá Sendero o lo que queda de el, un poco antes, minas antipersonales enterradas en el monte.

Manan intendi nicho wiracocha Imata su tiqui.....
Hacia el mediodía estoy semicolgado de unos matorrales, en una ladera empinada y llena de monte y de aipillo, los helechos que crecen en suelos acidificados y empobrecidos por la coca. Nervioso y de mal humor, temiendo que, sorpresivamente, me muerda una culebra, o que en mi afán de no caer al barro cada vez que me resbalo, toque alguna rama equivocada y me pique una isula que este paseando en ese momento por ella, con su doloroso veneno y, me saque de circulación por lo menos ese día.
Miro con odio al propio que delegaron para que me guie, tan colgado y desorientado como Yo, quien me aseguro conocer un atajo para llegar a la siguiente parcela. Perdemos mas de 20 minutos en el atajo que nos termina llevando al punto de partida. Cabreado le digo que se vaya, que mejor me cuido solo, ante lo cual se molesta también, masculla algo con desprecio y se larga. Ojala te desmayes del calor - alcanzo a gritarle mientras raudamente se aleja - también que te pique una isula en el culo. Enrumbo en dirección al poblado, para desandar los pasos y, empezar el camino de retorno de todo el día a Sivia. Treinta minutos después, tengo que aceptar que me he perdido, solo veo los mismos cerros verdes por todos lados. Ni rastros de los techos de calamina que, abajo, deberían aparecer ya hace rato, para saber donde esta el pueblito de marras. Me advirtieron en el desayuno que siendo una frontera natural entre las rondas de autodefensa y sendero luminoso, parte de los campos de Rosario Acon están minados, y hace más de tres cuartos de hora que no me cruzo con nadie, ni escucho nada que no sea el sonido de los insectos y las aves. 

Paro. - y ahora que chucha hago ? - pienso. Me agarra la paranoica. Hace rato que salí de algo que se pareciera al camino principal, y es curioso que no pase nadie, si esto esta lleno de chacras por todo lado. Busco sombra en un árbol frondoso, me siento en una piedra, prendo un cigarro y espero como veinte minutos más, hasta que por fin, aparece una pareja de ancianos campesinos con herramientas al hombro. Buenas tardes - les digo - ¿ Cómo llego a Rosario Acon por favor ? - Manan intendi nicho wiracocha Imata su tiqui, Imainalla chaia munanqui ? - responden - La puta madre - pienso en voz alta.
Mamá coca
En 1998, la coca en el valle bajó tanto de precio, que la gente o le vendía a la estatal ENACO que, pagaba 10 soles la arroba, o se dedicaba a otra cosa, dejando que el monte invadiera las chacras. La actividad de Sendero casi era un recuerdo, aunque eventualmente hacía reapariciones sangrientas, de poca envergadura, pero con víctimas mortales; así, en Enero, habían atacado un puesto de vigilancia de la ronda en Triboline (en la cuenca del río Piene) y, matado a dos ronderos, para luego esconderse en la inaccesibilidad de Vizcatan, o andar por el corredor que tenían, entre el delta del Mantaro y, Santa Rosa en la cuenca alta del valle.

Se normalizaba la vida, en este extenso territorio comprendido entre las provincias de La Mar y Huanta en Ayacucho, Vilcabamba y La Convención (Kimbiri y Pichari) en Cusco y, Satipo en Junín. Iban desapareciendo también, de manera gradual, los controles militares en las carreteras de acceso. La DEA se había asentado y operaba, a través de una ONG, cuyos funcionarios eran ex policías de brigadas antidrogas como los UMOPAR de los 80 s, dedicándose a georreferenciar las zonas cocaleras con GPS, para que un satélite midiera el albedo existente en esas coordenadas. La presencia de monte, indicaba zonas antes dedicadas al cultivo de coca ahora abandonadas, mientras que los cocales, vistos desde el satélite, se leen como zona desierta. Esta actividad era tomada como una abierta provocación por los ronderos que, de vez en cuando, soltaban un balazo al paso de la camioneta, para que se fueran asustados y no regresarán en varios días.
Sin embargo, los narcos nunca se terminaron de ir, solo disminuyeron su actividad hasta mejores momentos comerciales. Una mañana caminando por Alto Kimbiri, atravesamos un sendero que se internaba como una hora en una purma, donde a veces no se veía ni donde se metía el pie, salimos luego a una pequeña quebrada, una hermosa micro cuenca llena de hojas color verde limón, casi no había árboles y si mucha gente trabajando la tierra, el sol se enseñoreaba en el cielo y, toda la quebrada brillaba, en medio de un olor dulzón que lo copaba todo.
Para el año 2007, haciendo el recorrido desde Pichari hasta Puerto Ene, miraba las laderas peladas de la otra banda del río, hace menos de 10 años, cubiertas de monte cerrado. Densas humaredas delataban que seguían ganando áreas al monte, para destinarlas al cultivo de la coca. Según contaba la gente por ese año, por cada hectárea de coca, considerando 4 pañas al año, se sacaban no menos de 15, 000 soles líquidos, además que los insumos químicos (fertilizantes, herbicidas y foliares) los pagaba la firma, o sea la mafia. Negocio redondo. Ni que decir, si además de producir la hoja, también se hacía la poza de maceración y vendían pasta lavada al traquetero. Se decía que los jóvenes del VRAE, mandaban en las ciudades serranas de Huamanga y Huanta, sobre todo los fines de semana, pagando los tragos y acaparando a las chicas. Mientras tanto, la selva, ay seguía muriendo.

Los mercenarios argentinos.
- Mi hermano murió asesinado por el ejercito, ingeniero- me dice Sabino, y eso cuando fue le pregunto, - eso paso por la época en que vinieron los mercenarios argentinos de Alan García. Eran unos gringos grandazos, todos venían armados hasta los dientes. Una mañana llegaron a Rosario en unos camiones, sacaron a la gente de sus casas, los llevaron a la carretera y les ordenaron tirarse al suelo boca abajo. Estaban comiendo naranja, y les tiraban las cascaras a la cabeza de la gente. El que protestaba, o levantaba la cabeza o decía cualquier cosa, lo sacaban a un lado. Así se llevaron a veinte o treinta personas, lo mismo hizo otro grupo en Naranjal, otro en Aurora, otro en San Pancho y Kimbiri, así barrieron en todos los pueblos del valle conectados por la carretera....

-Los subieron a un camión y, nos amenazaron que si colaboramos con el terrorismo nos iban a matar a todos, por ser unos cholos de mierda. Luego se los llevaron a la quebrada de Pucayacu, allí uno a uno los ponían en el filo y les disparaban, la gente lloraba les pedía por favor que no los mataran que no eran terroristas, estaba incluso el teniente gobernador que era aprista, igual lo palomearon. Solo se salvo un técnico de la posta medica que se tiro a la quebrada, allí le dispararon al bulto y rodó hasta el fondo, haciéndose el muerto. Desde arriba, de cuando en cuando, disparaban para asegurarlo y el no se movía, sintiendo como le iban cayendo los muertos encima. No se movió hasta la madrugada que, asustado, llego a la casa de un familiar, donde lo escondieron. Luego camuflado en un camión de madera, escapó hacia Lima. No volvió en más de 15 años al VRAE.
Más de 10 años viviendo en esa mierda de arenal.
A mi me querían matar .... - contaba el señor Maravi, tarmeño de nacimiento, ayacuchano por adopción. Siempre fue un emprendedor. Había sido cuadro de Acción Popular en el valle, y un prospero mediano empresario cafetalero con 4o Ha en producción, tuvo la oportunidad de hacer algunos años en la universidad y era desde siempre un líder productivo en el caserío de Ahuarochayocc. Por esos años, ya le habían dicho que el y su hermano estaban en la mira de Sendero. Un día le avisaron que habían baleado en la carretera a su hermano, y que seguía el...Iba a la chacra con una winchister y mi esposa con un revolver, allí faenábamos con los peones que aun quedaban, porque la mayoría se había corrido por el miedo a que los matara o los levara sendero. Una tarde como a las 4, regresábamos con mi mujer rumbo a casa, cuando de repente nos dispararon desde unos arboles. Eran tres tiradores. Nos tiramos al suelo e hicimos fuego, a mi esposa le habían dado en un brazo, pero como no nos rendimos se cabrearon. Te tienes que ir, me gritaron al irse. Si te vas ahora no te mataremos, pero si mañana te encontramos, iremos a tu finca y te quemaremos con ella

Regresamos a casa. Allí le di primeros auxilios a mi mujer, y prácticamente con lo puesto, tempranito por la mañana, antes de clarear, salimos a pie con nuestros hijos rumbo a San Francisco. No por la carretera sino por el monte. Por ratos cruzábamos sigilosos la carretera para cortar camino. A la salida del pueblo, encontramos a tres vecinos que también los habían amenazado, tirados en una curva, degolladitos. Más abajo habían matado a un camionero y su ayudante. Asustado llegue a San Pancho, deje a mi mujer en la posta para que la curen y fui a pedir ayuda al comandante de la marina que estaba a cargo, mándame con una patrulla le dije, Yo voy con ellos, yo los guío . Están en mi pueblo les sacamos la mierda si vamos. No no no - me dijo-, es zona es muy abrupta, allí me van a emboscar a la gente, además estoy esperando refuerzos de Huamanga, tengo muy poca gente, me ha llegado un informe de inteligencia que dice que van a atacar San Pancho.... así fue, nadie nos quiso ayudar, luego tuvimos que viajar a Lima, levantamos una choza en Huaycan, en una invasión de migrantes. Por mis contactos conseguí trabajo como técnico agropecuario de Bayer y anduve dosificando ganado por Pachacamac y Lurín. Así estuvimos, lo perdimos todo, más de 10 años viviendo en esa mierda de arenal...
Kola San Pancho. La verídica.
Esa noche, creo que como siempre, hace un calor bárbaro, debe hacer mínimo 100 grados centígrados, y el olor picante de la selva me abruma e invade entre sudores. Despierto de un medio sueño, pues no aguanto más los retortijones que me hacen correr apremiantemente al baño donde cago y vomito toda la noche. Aquí moriré deshidratado, en shock - pienso, mientras me entra una tembladera al amanecer.

La tarde anterior, cerca de Machente, habíamos caminado mucho por unas fincas abandonadas. Todo era un paisaje de canales secos, instalaciones tragadas por el monte, cafetales abandonados cubiertos de lianas, líquenes y matapalos. Bajando por una ladera, mientras el sol de media tarde iluminaba mágicamente la selva tupida, entró su luz filtrada por las hojas y ramas de los altos arboles de la purma, asemejando los rayos de la bandera japonesa. Fue una visión estremecedora. Acá -pensé- alguna vez, hubo movimiento, ingenio, emprendimiento, y ahora todo está abandonado, tétrico, comido por el monte que avanza incesante día a día. ¿Qué tragedia, qué horror se vivió aquí mismo?. ¿Acaso sobrevivió alguien? ¿Acaso valió la pena sobrevivir si en el camino se perdió todo, te mataron a todos, te quedaste sin tierra, sin casa, sin pueblo, sin familia, casi sin historia?. ¿Cómo eran estos caminos y fincas años atrás, justo antes del apocalipsis? ¿En qué pensaba la gente ? ¿Cuál era su sueño, su meta, su ilusión, antes de abrirse la puerta del infierno y ser baleados, machacados, degollados, destripados?
Llegamos a un caserío mísero a pie de carretera, en la única tienda preguntamos si nos podían dar algo de comer. Nos alcanzan algo de galleta fría y rancia, una par de latas de atún Rosimar, una cebolla, un ají y un limón. Para beber destapan una Kola San Pancho - chapa de Fanta y botella de cerveza -. Después me entero que en Kimbiri, donde fabrican Kola San Pancho, envasan el agua directamente del río. Demasiado tarde.

Por la mañana estoy moribundo, me levantó del inodoro y me tiro a la cama, hasta que llega Sabino a buscarme a las 7 de la mañana para salir al campo. Me espera como tres horas, que es lo que demoro en levantarme, asearme y ponerme apenas operativo. Pido en una farmacia dos pastillas para la diarrea, pero no estoy seguro del nombre, Donafan ...Tonopan....compro por error las pastillas para el dolor de cabeza y, tan seguro, tomo dos de golpe, ayudándome con una botella de suero, y zas, tomamos un colectivo rumbo al campo.
Como a las dos de la tarde, ya hemos caminado por selvas asfixiantes, me he caído dos veces en el barro, he agonizado en una cuesta larguísima que parecía no finalizar nunca. Me entra el apretón y me escondo a cagar atrás de las casitas del poblado de Naranjal, a pie de carretera. En una quebrada con basura alrededor, chanchos hociqueando el suelo y gallinas corriendo por todos lados, mientras en cuclillas, a la intemperie y con las botas de jebe puestas, la capucha del impermeable me protege de la vergüenza y de la lluvia que, torrencialmente, cae sobre mi. Pienso que este valle es realmente la cagada.
Los compañeros.
Hemos caminado incansablemente dos días con Elena, diez, doce horas cada vez, y al tercer día de conocernos y hablar estrictamente temas de trabajo, recién se suelta a hablar, de repente, sin que le pregunte, de paso que la cuesta que estamos subiendo en esos momentos se haga un poco menos tortuosa o por lo menos más animada.

En esos años, los senderos se ponían en el abra, antes de bajar a Tambo, allí mandaban parar todo auto, vehículo que fuera o viniera de Huamanga. Una vez nos han parado, eran como cincuenta, y en los cerros habían como 50 o más, todos estaban bien armados, de un lado han parado a los hombres y de otro lado las mujeres. Allí ha venido a hablarnos una mujer, menudita nomas era, pero que fuerte hablaba. Nos ha hablado fuerte, de la sociedad, de la historia del Perú, de los explotadores chupa sangres y del pueblo explotado, de los males sociales del capitalismo. No se que tenía esa mujer, será que decía cosas también que eran ciertas. También daba miedo, a los hombres le hablaba un hombre también, parecía estudiante. Luego dijeron que el partido castigaría a todos los cabezas negras, a los aliados de la bestia negra de la reacción. Cuando de repente me percate que habían traído a un hombrecito, lo tenían amarrado. Estaba vestido de campesino iquichano, con poncho marrón y sombrero oscuro, casi no se le veía la cara, tampoco decía nada, solo chacchaba y miraba al suelo. Los han arrastrado y tirado en medio del gentío, entonces la mujer ha empezado a hablar..... este cabeza negra, este enemigo del pueblo, es un sirviente del ejercito genocida, el junto a otros cabezas negras han formado mesnadas, y además de matar camaradas del partido junto con el ejercito, han matado a los periodistas en su pueblo, en Ucchuraccay, para estas basuras la única condena posible es la muerte. No puede haber piedad -. Entonces, un hombre ha jaloneado al hombrecito, ¡De rodillas basura¡ le ha gritado, lo ha arrodillado al hombre, y ha sacado una bayoneta. Con estos mierdas no se gasta bala ha dicho, y le ha clavado de un golpe la bayoneta en el pecho. Como a un chancho. El hombre ha gemido apenas y ha caído rodando en el suelo, echando harta sangre, allí ha quedado con los ojos abiertos, muerto.
Camarada Isula.
Es una hormiga negra como la noche sin luna, su presencia me causa cierta aversión, su color azabache, su cabeza prominente, si hasta parece que me mira con intención, con mala intención. Le doy un pisotón y la hundo el barro, la hormiga queda un rato semi enterrada, para luego seguir caminando como si nada pasara. La piso de nuevo e igual, parece que estuviera blindada, hasta regresa para atacar a mi bota. Finalmente un colega la parte por la mitad con el machete, así es la única manera inge, son re duras me dice.
Dicen que no le gusta el calor. Si te pica temprano por la mañana, el dolor puede llegar a ser soportable, pero si te pica a partir de las 3 o 4, cuando el calor del día se asienta, estas jodido. Como hace tanto calor, la hormiga te da con cólera, dicen. Luego de la picadura el dolor no cede, por el contrario aumenta conforme pasan los minutos, luego el dolor te va subiendo al corazón, allí te duele mucho, te puede dar fiebre, lo mejor es ir a un centro de salud para que te inyecten un par de analgésicos a la vena.
Hasta que llegue al VRAE no conocía a esta hormiga llamada Isula en toda la selva, también conocida como hormiga león, hormiga bala (porque su picadura asemeja a un balazo), chahuaco o chahuachari. Su nombre elegante es Paranopera clavata (derivado del griego ponerina que significa dolor) y, según dicen, el dolor de su veneno es 30 veces mayor que el de la picadura de una avispa. Es grande, un hormigón. Esta por todos lados, y es particularmente problemática en época de cosecha, allí generalmente pica a los peones, dos o tres veces en la barriga (a la altura de las canastas de cosecha). Dicen de ella que, hasta el más macho, termina llorando ante su picadura. Es una hormiga feroz, temible, casi como se teme a una serpiente creo, pero sin embargo no es lo más letal que existe en la selva amazónica. Siempre estará el hombre para superar a cualquier bestia, así, ya el ingenio comercial la ha convertido en llavero, como puede encontrarse en los mercadillos artesanales de Pucallpa, Iquitos o la misma Lima. Si la isula pudiera hablar seguro que diría, cuídate de las aguas mansas que de las bravas te cuido Yo. Cuídate del humano.
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1 comentario:

  1. Impresionante¡¡¡ otro mundo y sigue siendo la patria que decimos querer. Lindo relato, que bravo y bravo tambien por el autor

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Diciembre

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