La Rata Imaginaria - por Vittorio Testi


Dos ratas - Vincent Van Gogh, 1884.
Gertrude se había despertado pronto aquella mañana, había empezado a hacer ruido, a rascar, a raspar, a rebuscar, a tratar de encontrar algo para comer. Había tenido suerte, en la casa donde había llegado no le faltaba nada.
Vestidos para morder, alimentos, agua, un lindo patio donde correr de un lado a otro, libremente, el único problema era aquel cachorro de labrador que daba vuelta jugueteando en la misma zona, obligándola a salir de su refugio solo cuando el peludo maldito se adormecía. No tenía miedo de encontrarlo, tanto lo habría mordido si se hubiese sentido amenazada, después de todo era solo un estúpido perro, pero, era la flojera de tener que ponerse a luchar para lo que consideraba su territorio.
Era muy despierta, Gertrude, a través de los alcantarillados viejos y consumidos de aquella casa, por ello, tan acogedora, y en realidad tan decadente y triste, podía entrar y salir a su placer, en total libertad. Uno solo de los humanos que, vivían en aquella mansión, solo uno se había dado cuenta de su presencia, solo uno la había percibido.
El humano en cuestión era objeto de burlas por sus símiles, acusado del hecho que Gertrude era únicamente el fruto de su locura, de su malsana y trágica fantasía. Cuál ruido, cuáles movimientos furtivos, cuáles golpes de cola, para las personas que lo circundaban, todo nacía de aquel cerebro dañado que había ya atravesado la sutil frontera entre equilibrio y locura.
La sensación que probaba, el pobre hombre, era de verla salir de repente desde una esquina de la casa, presentía un animal de tamaño siniestramente considerable. Estaba dispuesto a jurar delante de un tribunal, que había escuchado los característicos griteríos de las ratas de desagüe, debajo de la pequeña placa de hierro que, cubría un tramo de la cañería que, enlazaba la alcantarilla de la casa con la red pública. Estaba viviendo un anómalo estado de ánimo, entre el abatido para sentirse solo contra la criatura y, del otro sentirse el involuntario adversario del “ratón”. Sabía que existía, no tenía dudas, tarde o temprano iban a cruzarse sus caminos, era inevitable.
Luego una noche de agosto, el hecho, la sorpresa, el golpe de escena.

Gertrude se había cansado de “ser“ solamente para “el loco” del grupo. Entonces cerca de las nueve de la noche, cuando todos los miembros de aquella familia se reunían para la cena, decidió manifestarse por primera vez.
La parte alta de la puerta del bañito de servicio, ubicado en el patio, donde había cómodamente tomado casa el roedor, tenía una apertura entre la estructura de concreto y la puerta misma. Trepándose sobre prendas y maletas, guardadas en aquel retrete adaptado a nuevo placar. Para ella era un juego de muchachos llegar hasta la cima abierta. 21 y 13, ahí estaba: grande, gorda, peluda y con una cola larga como su cuerpo, asomándose en dirección de la ventana de la cocina que, quedaba justo frente a ella.
El “insano” estaba lavando los platos, cuando la vio emitió un grito entre aterrorizado y  triunfador, debido a que aquella visión era la confirmación de sus sospechas. Mucho más estruendoso fueron, en cambio, los gritos y las caras de sorpresa del resto de la familia!
Gertrude se percató del barullo provocado, dio una vuelta de 180 grados y regresó a su mini departamento, con un objetivo claro, al día siguiente volvería a aparecer.
Día siguiente, casi la misma hora, mismo lugar, segunda aparición oficial en sociedad para La Señora Gertrude y, a la sorpresa, se había sumado el susto y la preocupación de la familia, que tenía entre sus componentes dos niños muy pequeños.
La presencia de una rata tan grande constituía de veras un problema.
El “descerebrado”, quizás ahora no tan sacado de rosca, tenía una incontrolable fobia para este tipo de animalazo, en su corazón hubiera preferido enfrentar a una tarántula, o una serpiente antes que Gertrude. También la esposa estaba asustada, era necesario apelarse a un héroe cotidiano para que viniera en ayuda a estos desafortunados. Mientras tanto, Gertrude había entendido perfectamente el terror que infundía, por consiguiente, prácticamente cada noche que Dios enviaba en tierra, hacía su pasada, mirando fijo en los ojos de sus compañeros de casa, como para decir: “Yo continúo quedándome aquí y quiero ver como se sacan de encima mi presencia…”.
Al final el héroe llegó diseminando en aquel baño, hecho cloaca, un potente veneno, concluyendo el reino de Gertrude.
Ocupándose, también, de la eliminación del cadáver de la “señora”, nuestro héroe, descubrió que “la rataza” era de sexo masculino evitando, en tal manera, de parir descendencia, ulterior alivio para aquel mal parado hogar.

Como frecuentemente sucede en la vida las cosas no son siempre lo que parecen, La Rata Imaginaria existía, el “Loco” no era tan loco y Gertrude era Gertrudo....... 

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