Gertrude se había despertado pronto aquella mañana,
había empezado a hacer ruido, a rascar, a raspar, a rebuscar, a tratar de
encontrar algo para comer. Había tenido suerte, en la casa donde había llegado
no le faltaba nada.
Vestidos para morder, alimentos, agua, un lindo patio
donde correr de un lado a otro, libremente, el único problema era aquel
cachorro de labrador que daba vuelta jugueteando en la misma zona, obligándola
a salir de su refugio solo cuando el peludo maldito se adormecía. No tenía
miedo de encontrarlo, tanto lo habría mordido si se hubiese sentido amenazada,
después de todo era solo un estúpido perro, pero, era la flojera de tener que
ponerse a luchar para lo que consideraba su territorio.
Era muy despierta, Gertrude, a través de los
alcantarillados viejos y consumidos de aquella casa, por ello, tan acogedora, y
en realidad tan decadente y triste, podía entrar y salir a su placer, en total
libertad. Uno solo de los humanos que, vivían en aquella mansión, solo uno se había
dado cuenta de su presencia, solo uno la había percibido.
El humano en cuestión era objeto de burlas por sus símiles,
acusado del hecho que Gertrude era únicamente el fruto de su locura, de su
malsana y trágica fantasía. Cuál ruido, cuáles movimientos furtivos, cuáles
golpes de cola, para las personas que lo circundaban, todo nacía de aquel
cerebro dañado que había ya atravesado la sutil frontera entre equilibrio y
locura.
La sensación que probaba, el pobre hombre, era de verla salir
de repente desde una esquina de la casa, presentía un animal de tamaño
siniestramente considerable. Estaba dispuesto a jurar delante de un tribunal,
que había escuchado los característicos griteríos de las ratas de desagüe,
debajo de la pequeña placa de hierro que, cubría un tramo de la cañería que,
enlazaba la alcantarilla de la casa con la red pública. Estaba viviendo un
anómalo estado de ánimo, entre el abatido para sentirse solo contra la criatura
y, del otro sentirse el involuntario adversario del “ratón”. Sabía que existía,
no tenía dudas, tarde o temprano iban a cruzarse sus caminos, era inevitable.
Luego una noche de agosto, el hecho, la sorpresa, el
golpe de escena.
Gertrude se había cansado de “ser“ solamente para “el
loco” del grupo. Entonces cerca de las nueve de la noche, cuando todos los
miembros de aquella familia se reunían para la cena, decidió manifestarse por
primera vez.
La parte alta de la puerta del bañito de servicio,
ubicado en el patio, donde había cómodamente tomado casa el roedor, tenía una
apertura entre la estructura de concreto y la puerta misma. Trepándose sobre
prendas y maletas, guardadas en aquel retrete adaptado a nuevo placar. Para ella
era un juego de muchachos llegar hasta la cima abierta. 21 y 13, ahí estaba:
grande, gorda, peluda y con una cola larga como su cuerpo, asomándose en
dirección de la ventana de la cocina que, quedaba justo frente a ella.
El “insano” estaba lavando los platos, cuando la vio
emitió un grito entre aterrorizado y triunfador, debido a que aquella visión era la
confirmación de sus sospechas. Mucho más estruendoso fueron, en cambio, los
gritos y las caras de sorpresa del resto de la familia!
Gertrude se percató del barullo provocado, dio una
vuelta de 180 grados y regresó a su mini departamento, con un objetivo claro, al
día siguiente volvería a aparecer.
Día siguiente, casi la misma hora, mismo lugar, segunda
aparición oficial en sociedad para La Señora Gertrude y, a la sorpresa, se había
sumado el susto y la preocupación de la familia, que tenía entre sus
componentes dos niños muy pequeños.
La presencia de una rata tan grande constituía de veras
un problema.
El “descerebrado”, quizás ahora no tan sacado de rosca, tenía
una incontrolable fobia para este tipo de animalazo, en su corazón hubiera preferido
enfrentar a una tarántula, o una serpiente antes que Gertrude. También la
esposa estaba asustada, era necesario apelarse a un héroe cotidiano para que
viniera en ayuda a estos desafortunados. Mientras tanto, Gertrude había
entendido perfectamente el terror que infundía, por consiguiente, prácticamente
cada noche que Dios enviaba en tierra, hacía su pasada, mirando fijo en los
ojos de sus compañeros de casa, como para decir: “Yo continúo quedándome aquí y
quiero ver como se sacan de encima mi presencia…”.
Al final el héroe llegó diseminando en aquel baño, hecho
cloaca, un potente veneno, concluyendo el reino de Gertrude.
Ocupándose, también, de la eliminación del cadáver de la
“señora”, nuestro héroe, descubrió que “la rataza” era de sexo masculino evitando,
en tal manera, de parir descendencia, ulterior alivio para aquel mal parado
hogar.
Como frecuentemente sucede en la vida las cosas no son siempre
lo que parecen, La Rata Imaginaria existía, el “Loco” no era tan loco y
Gertrude era Gertrudo.......
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