TRILOGIA DEL MAR MALVADO
1 - EL OLVIDADO
La tiniebla era muy espesa, la humedad y el frío
pinchaban la piel entrando en el más profundo de los huesos, en aquella mañana
de noviembre cerca del Portico dei Servi, en una Bologna triste y obscura de
aquel otoño italiano del 2009.
La tradicional jovialidad y alegría emiliano-romagnola,
del pueblo de su capital, había cedido el paso a la rabia y a la incertidumbre
dependiente por la crisis económica, que había transformado la itálica
península de un país desarrollado a un decadente doble de si mismo. El
desempleo, la inseguridad y la política de fin del imperio, transformaban las
oscuras sombras de noviembre en algo aun más siniestro e inquietante.
Alfio Brazzini había apenas llegado a la estación
ferroviaria, envuelto en un anónimo cortaviento beige, y caminaba sin una meta
en las cercanías del Portico, buscando un lugar cualquiera en donde poner algo
debajo de los dientes. Alfio venía desde Roma, lugar que despertaba en él recuerdos,
de todos modos, inolvidables. Justo delante la taquilla de la estación de
Termini le dijo al indolente empleado en la ventanilla: “Bologna solo ida,
gracias”.
No tenía nada que hacer en Bologna, era la primera
ciudad que le había pasado por la cabeza, sin un porqué.
Pero Alfio no vivía en la Ciudad Eterna, había llegado
24 horas antes desde Sur África. Ahí puso su hogar, 10 años atrás, debido a que
se había casado con una mujer de Johannesburgo con la cual trajo al mundo tres
nenes hermosos.
Esposa, hijos, casa y trabajo, qué había sucedido para
convencerlo a dejar todo y retomar el camino hacia su país de origen? Todos los
seres humanos tienen un límite, Brazzini había alcanzado el suyo. Después de
una década de compromisos y sacrificios familiares estaba harto y cansado.
No por la forma diferente de pensar o el diverso modo de
intender la vida también en sus aspectos más comunes, no, la razón era mucho
más simple pero al mismo tiempo mucho más profunda y pesada, Brazzini se había
vuelto un “olvidado”.
Olvidado por la esposa comprometida en sus actividades
de madre y ama de casa y, tal vez, distraída por otras cosas.
Olvidado por los hijos, ya grandes y cerca de su
independencia.
Olvidado en su ambiente de trabajo, probablemente porque
no tenía más la gana o quizás la capacidad de mejorar su condición laboral.
Alfio estaba delante de un cruce: dejarse ir al olvido del cotidiano acontecer,
previsible y descontado, o provocar una fractura.
La fractura, Brazzini, la había provocada separándose de
la esposa, besando sus criaturas y haciendo lo que la mayor parte de las
personas hace después de muchos años de lejanía, volver al lugar en donde han
nacido. Pero una vez regresado a Italia, Alfio no encontró el coraje de ir a su
ciudad natal, un pequeño pueblo en la provincia de Turín, porque también ahí,
después de tanto tiempo, para los viejos amigos, para la gente era un “olvidado”,
y entonces, una vez desembarcado al aeropuerto de Fiumicino había dicho:
“vamos a la
estación de Termini y luego veremos”.
El olvidado había elegido un bar cualquiera donde nutrirse
y, mientras esperaba la comida calentada con el microondas, bebiendo a sorbos
un anónimo tinto, impersonal en el sabor y en el color, se daba cuenta de ser
olvidado y solo.
Buscando por horas en sus propias miserias percibía que
el primero en haberse olvidado de el era el mismo Brazzini.
Pasada la noche en un hotelito cerca de San Petronio
después de haber hecho un delirante viaje por bares y cantinas en donde había
encontrado personas que no habría vuelto a ver nunca más, la mañana siguiente
mientras tomaba el café y, la pastilla contra el dolor de cabeza, amiga de siempre,
decidía ir a la Estación de ferrocarril - Bologna Central - para tomar un tren
rápido hacia su casa, para quedarse una semana, saludando la familia y los
amigos para luego volver a sus únicos amores posibles, porque había entendido
que aquello era el único modo para no permanecer olvidado por el resto de sus
días.
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