Avanzaba lentamente por el Río Ucayali, iluminado por la
luz de la luna. Al costado, las riberas exuberantes de vegetación estallaban en
miles de sonidos. Meandro a meandro, río abajo, como una serpiente ondulante.
A lo lejos, divise un remolino en el centro del río. A
medida que me acercaba, el espiral de agua se convertía en una fantasmagórica llama
azul y naranja. Surgiendo desde el fondo, ascendía a borbotones, como una flor de
loto.
Repentinamente desperté. Me senté de inmediato,
asustado, sudando frío, con el corazón y las sienes retumbando. En la oscuridad
de la noche, veía difusamente los pilares de la maloca comunal y, las siluetas
de los médicos que comenzaban a icarear. La mareación subió y me tire
nuevamente al suelo, los zancudos ya no atacaban y, la selva, repentinamente
parecía haber callado.
A lo lejos, en la espesura, junto con los rugidos de
cotomonos, se escucharon voces que se acercaban. Llegaba del pueblo un grupo de
shipibos. Junto con ellos, llegó también Sergio, el brasileño.
Unos días antes, la aprendiz me había advertido- ten cuidado con el brachico, se hace el
buena onda, pero ha venido a saquear, quiere robar conocimiento, es un mierda
enfermo de poder, no tiene escrúpulos, Yo le he encarado, le he dicho que es un
saqueador que no abuse de los nativos. Cuando está con los maestros finge que
es buena gente, pero después habla mal a espaldas de todos. Y lo peor. Lo he
visto entrando a casa de Rolando, el malero, ese tipo tan desagradable que
huele como a muerte, a formol y carne podrida. Ten cuidado, va a querer sacarte
algo, lo que pueda, es una alimaña.
Vaya manera de empezar el día pensaba, luego había
pasado la mañana hablando con Eusebio, quería tomar unas fotos de su jardín
botánico, para eso estaba y, necesitaba alguien que me indicara el nombre de
cada planta, liana, matorral o lo que fuere. No tenía muchos días libres. Cuando
terminamos de hablar, me percate que pasaban de las dos de la tarde. Me fui
rumbo al pueblo a buscar algo de comer.
Doscientos metros más allá, en el camino, lo encontré
cortando leña, junto a unos niños. Eh
amigo ¡ Eh amigo - me llamo
que tal hermano como
esta pues le
respondí
Eh amigo, que tal, no
se me corra, quiero hablar contigo amigo jaja
Acá estoy acá estoy -dije -
que tal pues?
¿Usted es de Lima no? ¿a
la gente de Lima es rara verla acá, por esta selva, los amigos shipibos son
diferentes, amables, invitan comidita, refresco, ayahuasca, todo invitan. ¿Usted
va a hacer proyecto con hermanos nativos no? ¿ a trabajar con la planta?
No, no, solo he venido
a ver unos amigos, el maestro Eusebio es mi amigo…..
Ah usted es el que
quiere hacer un proyecto con ellos entonces, me han hablado de usted, lo
estaban esperando…
Si si, algo así,
veremos que se puede hacer - le dije como de pasada - más
tarde hablamos hermano, tengo un hambre de la puta mare, quiero ver que consigo
pa comer…..
Si si, vaya vaya amigo,
entrando al pueblo hay una señora que vende juanes a sol….
Chévere ¡ le dije mientras apuraba el paso por
el sendero polvoriento. Era agosto y hacía un calor infernal, en el cielo no se
veía ni una nube, ni soplaba viento alguno.
No me gustaba. No me había hecho nada, pero me
inquietaba su mirada turbia, me irritaba. A
lo mejor son mis prejuicios, a lo mejor estoy prejuzgando como siempre hago,
pensaba y pensaba.
Algo pasaba, y bueno no era. La comunidad se había
llenado de unas ratas gordas de pelos puntiagudos, agresivas. En las noches temía
dormir. Las sentía debajo de la hamaca, caminando por los parantes de la
maloca, hurgando en la basura, por todo lado. Y si no son ratas? Pensaba al
borde del delirio paranoico.
Había tenido un desencuentro, días atrás con Rolando y
su sobrino, ambos tenían fama de maleros, y la envidia los consumía, cuando
veían que otros ayahuasqueros atraían la atención de extranjeros, limeños, o de
periodistas como Yo. Ellos querían propagandizarse, tener más gente. No fui
elegante para negarme a trabajar con ellos, ahora eso me pesaba.
Más me metía en el mundo amazónico, más cauteloso me volvía,
mas ladino.
Sin quererlo ni desearlo, me sentía en medio de una
pelea de brujos. Eran insoportables la densidad en el ambiente, el calor
pegajoso y, los caminos polvorientos a ninguna parte, llenos de remolinos y
culebras. Se sentía la mala vibra, como un chicle pegado en la nuca. Y Yo que
ingenuamente, después de leer un par de crónicas alucinadas, quería buscar a
los hombres santos. En medio de la amazonia además.
No dormí bien esa noche ni la siguiente.
El viernes, después de desayunar, conversábamos sobre la
comunidad y sus intrigas con la aprendiz. No nos habíamos percatado que Sergio observaba
entre los arbustos, cuando nos dimos cuenta, fingió que estaba macheteando la
maleza. Ella exploto. -Oiga que hace
espiando las conversaciones de los demás¡, no le basta con saquear a las
personas aprovechándose de su buena fé, ahora espía conversaciones ajenas
caracho¡….
Disculpe no le
entiendo, no entiendo,
decía en su media lengua el brasileño, mientras dibujaba la tierra con la punta
del machete, símbolos desconocidos, que parecían runas, geometrías raras, balbuceando
palabras en portugués. Me acerque a los símbolos, para verlos mejor, pero los
borro con el pie, mirándome a los ojos. Luego se marcho enfadado, machete en
mano.
Esa noche había purga.
Tenía que tomar ayahuasca. Una opresión en el pecho no
me dejaba tranquilo, y mi cabeza loca desvariaba. Temía todo. Que me picara una
isula, que me mordiera una víbora, que me encontrara una boa en la cocha, donde
me refrescaba del calor pegajoso y mugriento de las tardes selváticas.
Necesitaba salir de ese estado ya.
En la tarde le conté a Eusebio lo que había indagado en
el pueblo, que el brasileño tomaba ayahuasca con Rolando, que esa relación era
sospechosa, esperando que me dijera algo en concreto, algo así como que el ya
lo sabía pero que no había problema, que me calmara de alguna manera. Me escucho
pacientemente, mientras fumaba de su cashimbo. Me miraba fijamente con su
mirada entre seria y cachosa. Nunca sabía que pensaba, ni a que atenerme con él.
Solo dijo -esta noche tomamos purga, allí veremos-.
Eusebio mezclaba ayahuasca con toe, como sus maestros cocama cocamillos
del Alto Amazonas. Sería la primera vez que tomaría esa mezcla. Más que
respeto, le tenía miedo. Había oído de su uso pre bélico entre los jibaros y,
sus terribles contraefectos.
Esa noche había tres médicos controlando la ceremonia. Tomamos la planta,
los maestros se concentraron, callados. Poco a poco me fui quedando dormido. Hasta
la visión del Río Ucayali.
Ya despierto, sentado en el suelo, fumaba un cigarro inca sin filtro. Mis
sentidos se agudizaban, el vuelo de un zancudo, sonaba como un avión pasando
sobre la casa. Entonces, los maestros empezaron a icarear. Rápidamente me subió
la mareación, me desplome en el suelo boca arriba.
Alrededor se movían todos, el ambiente se había alborotado, hablaban
alto. Alguien empezó a perder el control.
Llego el miedo, como llegan las tormentas, con violencia,
estruendosamente, sin piedad.
Fuerzas oscuras, bajas, llegaban con fuerza a la ceremonia, los médicos
cuchicheaban en su idioma, y las cenizas de los mapachos, saltaban echando
chispas antes de caer al suelo. Una voz desde la oscuridad, le dijo a alguien
severamente que se sentara y que aguantara como hombre, que manejara. Pero fue
en vano. Ese alguien, empezó a revolcarse por el piso, intentaba agarrarse de
alguien, se quejaba, daba alaridos de desesperación, vomitaba y se atragantaba
en su vomito, intentaba pedir auxilio, pero el sonido que salía era gutural,
como si hubiera perdido la capacidad de hablar, o como si nunca lo hubiera
hecho.
A pesar mío y del miedo visceral que me embargaba, se me abrió la
visión. Fue espantoso. Seres repugnantes, inmundos, se arrastraban por el piso,
algunos aún continuaban encima del pobre hombre, lo trenzaban, se metían
adentro de su cuerpo, como se mete el matapalo en los árboles maderables.
Era tanto su sufrimiento, que sentí una profunda pena. Era tanto mi
temor que me puse a rezar. Después de más de veinte años de ateísmo, me acorde
enterito del padrenuestro. Lo repetí más de 20 veces, cada vez más alto,
mezclándose con los icaros de los médicos ayahuasqueros y, los alaridos de
terror del desgraciado.
Me pareció ver que los maestros también empezaban a revolcarse. O era el
mismo hombre?, O es que eran dos hombres en un cuerpo?. Ya no sé lo que vi,
tampoco me esforcé mucho para hacerlo.
La experiencia entro a otro nivel, me superó.
Solo atinaba a rezar, necesitaba la fé, desesperadamente, para que no me
llevaran a ese mundo hórrido, mientras escuchaba como aquella persona no paraba
de purgarse, lloraba, orinaba, vomitaba, se cagaba, por todos lados salía
porquería. Alguien decía que estaba orinando sangre, entonces abrí los ojos y vi
a los tres maestros de pie, trabajando con el infeliz, para ayudarlo a expulsar
tanta mierda y maldad.
Sentí pena, mucha pena. Y piedad. Fue la primera vez que conocí la
piedad, la compasión. Solo a través de esos sentimientos, podía soportar los
ayes y, el nervio que me causaba oír aquella persona dominada por fuerzas
sobrenaturales, que lo zarandeaban como un trapo, como una bolsa de plástico
vieja, revolcándose en el piso de tierra, babeando, suplicando..Por qué a mi ¿ por qué a mi ¿ -repetía
desesperadamente- Ayuda¡ Ayuda¡ Clamaba
y lloraba desconsoladamente… no me dejan que
no me lleve que no me lleva….
Sentado con la cabeza metida, enterrada entre mis piernas, fumaba y
fumaba sin cesar. Sentí entonces que un icaro entraba a mi cuerpo y me hacia
seguirle, era como una rayo de luz que entraba, solo me dejaba guiar. Poco a
poco, perdí el sentido del tiempo, del espacio, de mi identidad también, era
parte del todo. Deje de escuchar los
gritos, deje de sentir miedo.
Cuando descendí de ese estado, me percate que el hombre ya solo sollozaba
bajito. Junto a unas matas de plátano, uno de los maestros vomitaba, mientras
requintaba molesto. La serenidad llegaba planeando a la ceremonia. Los maestros, cantaban suavecito, casi
susurrando, luego callaron.
Como esta hermanito – rompió el silencio Eusebio, dirigiéndose al
hombre que seguía sollozando en el piso, al medio de la maloca - que tal ahora, ya sabe pe, acá no se juega,
ya vio con quienes estaba jugando……
- perdón Eusebio, perdón hermanos,
perdón por favor – decía el hombre y lloraba, recién ahí me di cuenta que
era Sergio.
Eusebio prendió un mapacho, le dio una, dos, tres caladas profundas, boto
el humo y le dijo - mañana te vas, ya no
regresas más acá -
Ya señor, respondió Sergio, se tiro un rato, resoplando,
llorando a ratos, luego se puso la camisa y se fue por el camino, un chico
shipibo lo acompaño hacia el pueblo, aun era de noche.
Eusebio se paro. No había terminado. Encendió otro mapacho, lo fumo
botando el humo hacia los cuatro puntos cardinales, mientras decía cosas en
pano, y dirigía sus dedos con el cigarro en los dedos, como un director de
orquesta. Otro de los maestros silbaba
bajito, luego todos se quedaron en silencio, todo estaba lleno de paz. En ese momento, el cielo trono como si fuera a
desplomarse, y soltó una lluvia torrencial encima nuestro, que nos cubrío como
un cortinaje blanco. Todos observábamos callados, como la lluvia terminaba la
limpieza. Fue un momento infinito, transportados a los inicios del mundo, de la
creación. Afuera el campo y los árboles del fondo se iluminaban por la luz azul
cobalto del amanecer.
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