Viajando en Macchu Picchu - por Esteban Vargas (texto y fotos)




Vagos de mierda, drogadictos, estamos hartos de ustedes, cochinos, no se bañan, piden limosna, son basura, acá no hay lugar para ustedes carajo¡¡, ahora se cagaron, los voy a denunciar a la fiscalía, pero van a estar al sol hasta las cinco de la tarde, en el patio, y les vamos a hacer un parte ….., y tú no te hagas el pendejo conchatumadre que te saco la mierda ahorita y no pasa nada carajo¡¡ le espeto en la cara a Fran, mientras se acercaba amenazadoramente a él. Instintivamente todos retrocedimos, …ya váyanse afuera mierdas¡¡¡.El subalterno nos condujo al área de ingreso de Macchu Picchu, allí sentados en el suelo, al costado de los turistas que hacían cola para dejar mochilas y otros bultos. El matón salía de cuando en cuando a mirarnos, pavoneándose con su uniforme de oficial, haciendo gala de su poder, como a meternos miedo. Un trabajador del INC, medio viejo, nos increpaba, que éramos una vergüenza, que nos comportábamos como animales, que teníamos aspecto de animales. Hasta que poco a poco se fueron tranquilizando nuestros celadores del INC, ya solo nos vigilaban, arrinconados en el patio de ingreso a Macchu Picchu.


Habíamos partido cuatro días antes, agrupados en Ollantaytambo. Tropa de vagabundos, al grito de perro flautas de todo el mundo uníos, nos habíamos juntado, viajeros latinoamericanos por tierra y gringos misios en viaje a Macchu Picchu para estar allá en la noche de luna llena de enero, vía Santa Teresa. Montamos más de 20 a un camión y emprendimos viaje hacia Santa María en el Valle de La Convención, a hora y media de Quillabamba. Subimos hacia las alturas del abra Málaga, viendo y sintiendo como se estrechaba la quebrada, acercándonos velozmente a las altas cumbres que aparecían y desaparecían fantasmagóricamente, entre la niebla cerrada de esas punas. Hacía frío, mucho frío. Nadie hablaba, todos absortos en la contemplación y el sentir la fuerza del viento en el cuerpo, cada uno en su locura.

El camión corría dando tumbos en la carretera afirmada. En la cumbre nos alcanzo la lluvia, tapándonos con una toldera sucia y aceitosa y el viaje continuo así hasta que anocheció. Cuando paro la lluvia ya estábamos en el trópico, con calorcito, y el olor de la vegetación y la tierra mojada del camino. Nuevamente, viajamos con el viento, ahora olorosamente tibio sobre nuestro cuerpo, otra emoción y otra atmósfera nos envolvió, luego de la gélida e intima y potente de las alturas, nos llenamos de una energía colectiva, sonriente, conversadora. Llegamos a Santa María tarde, hambrientos, samaqueados, polvorientos, de noche, el camión se demoró un montón, se malogró un rato en el camino.

Apareció una combi tocando la bocina, Santa Teresa ¡¡ Santa Teresa ¡¡¡ gritaba el chofer, corrimos llenando la combi, subiendo al techo, donde sea y partimos para allá, llegando en dos horas, previa pasada corriendo por un huayco, donde aun rodaban piedras de tanto en tanto. De allí caminamos una hora más hasta las aguas termales, eran ya la una de la mañana, llovía, hacía frío, hambre, cansancio. Medio zombis, tiramos bolsas de dormir en los vestuarios a dormir un poco. El sitio es espectacular, aún con lluvia (esta solo le daba otro toque), las pozas humeantes, pegadas a una pared calcárea, desde donde cae un chorro natural de agua de deshielo y, unos metros más allá, pasa el Río Vilcanota, el río sagrado de los incas, el Wilcamayu. En el aire flota la bruma de las aguas calientes y, la magia eléctrica del lugar se mezclaba con el vapor de agua.

Nos fueron llamando de uno en uno, mientras los trabajadores del INC que nos vigilaban, informaban todo lo que hablábamos o hacíamos al policía de dentro. Le habían puesto especial ojeriza al salvadoreño, con todo el tipo centroamericano y llamativos dreds de colores. Lo metieron a la mala, y adentro le metieron golpe, lo bajaron. Salió lloroso y asustado, nos dijo que lo estaban acusando de ser el que nos guiaba, y que cobraba por eso, que lo iban a deportar. Nos afectó a todos lo que nos contó y el aspecto que tenía al salir, nos indigno que nos tratarán como delincuentes, a las justas éramos misios, nadie podía financiar un viaje a Macchu Picchu con el costo formal. A todos los latinoamericanos y resto del mundo les costaba 120 soles la entrada, aparte del tren, que por una viaje de tres horas cobraban 70 dólares, más catorce dólares de la combi que te sube y baja de Aguas Calientes, esto sin contar hotel y comida mientras estás abajo, y si quieres comprar agua, un alfajor o lo que sea ya arriba, te cobran como si estuvieran rellenos de oro.


Nos interrogaron, parados frente a un policía, uno por uno. Empezaba por preguntar qué drogas consumíamos, quien traficaba, porque no habíamos vuelto  pordioseros,  ladrones de mierda, y claro, no había derecho a réplica. Al rato metieron de nuevo al salvadoreño, y lo agarro a patadas en el suelo, en la habitación donde nos interrogaba. Al costado, en la siguiente oficina, la administradora del INC despachaba tranquilamente su carga administrativa, mientras ignoraba los ayes y quejas del chico.

Salió humillado, medio doblado, junto a un policía sonriente, hasta se diría orgulloso. Nos estaban dando una lección, para que se corra la voz EN MACCHU PICCHU NO SE ADMITEN MISIOS, solo entran los que pagan, los turistas que traen sus 120 soles y comen su sanguche de 30 soles en el kiosco  ficho, y pagan su tren de 70 dólares, y toman su combi de 14 por 15 minutos de viaje, o sea la gente decente, la que paga, la que tiene plata. Los demás a mirarla por foto.



A media mañana, nos agrupamos en el cerrito frente a los baños termales de Santa Teresa, previa bañada matinal en el chorro frío, casi helado que cae de la pared calcárea, y luego de las aguas tibias y olorosas. Abajo, el río Vilcanota rugía, discurriendo como una fuerza inmensa y poderosa, VIVA, un Amaru gigante corría a nuestro costado, entre una masa gris espumosa. Bebimos el San Pedro con toda la verdad de la que éramos capaces, en una sencilla ceremonia de ofrenda a la tierra que donde cada uno de los participantes, puso su energía y su propósito, para que esta toma fuera algo especial. Consciente o inconscientemente desistían de la droga y escogían la planta de conocimiento, la medicina.

El resto del día transcurrió con el grupo disperso, viajando, caminando, bañándose en las quebradas, agarrados de las piedras, conversando con los seres primordiales, quien sabe si alguno con los espíritus de los incas, todo se convertía en amor, lo llenaba todo y a todos. Los cerros se pintaban de 7 colores, el sol alumbraba, para luego ocultarse y soltar una fina llovizna que acariciaba a los cosmonautas. Recién al crepúsculo, nos pusimos en contacto unos con otros, el estado de mareación y salud siguió su proceso algo más levemente en la noche, nos metimos a las pozas a conversar, a fumar, a comer algo de fruta, pan y atún, a compartir la onda, la buena onda, la buena ventura de encontrarnos, de ir encontrando en el camino eso que aparece cuando le da la gana y hace tanto bien. Todos, absolutamente todos, estábamos en paz, después de haber caminado por el rumbo del río Vilcanota, de habernos tirado a sus piedras, de ir a las quebradas y riachuelos, de comer mangos como monos, de renovar compromisos de amor, de subir al pueblo de Santa Teresa para interactuar con la gente,  de ensoñar concentrados en las cumbres que nos rodeaban por los cuatro puntos cardinales. Seguimos dentro de las pozas, conversando por ratos, por ratos concentrados en nuestras vidas, como hasta las dos de la mañana. Pura felicidad.

Al día siguiente, toda la tribu enrumbo hacia Aguas Calientes. Almorzamos menú de dos soles en Santa Teresa, cruzamos el Vilcanota en huaro, caminamos hacia la hidroeléctrica, cruzándonos con grupos que iban o regresaban de Macchu Picchu, nos indicaban cuanto faltaba, si ya no pasaban trenes para ir tranquilos por la vía férrea, como estaba la cosa por Aguas Calientes, en fin, llegamos por grupos al puente Ruinas, a esperar al resto, que término de llegar como a las diez de la noche. Era la primera noche de luna llena del mes y en mi cabeza sonaba Concordancia de El Polen, mientras caminaba junto al río. Buscamos un sitio para acampar, los campings oficiales cobraban 15 dólares por carpa, así que allí imposible, en Aguas Calientes comimos un rancho de campaña en la plaza, luego encontramos un descampado y allí hicimos campamento. Esa misma noche subió el primer grupo.

Eran como las siete de la mañana, bajábamos de la cima del Huayna Picchu, en el complejo de restos a cinco minutos de la cima, cuando apareció corriendo por las escaleras un fornido trabajador del INC, sudoroso, agitado. Había llegado desde abajo en media hora, por lo cual los argentinos del grupo lo rebautizaron como súper papacho. Nos pidió nuestras entradas, como no teníamos nos invito a bajar firme pero educadamente. Bajamos. Igual nos iban a reconocer abajo, todos cochinos después de estar más de tres horas cortando camino por la selva en la madrugada, buscando una ruta para poder ingresar, con barro en la ropa, con los ojos inyectados de felicidad y algo de achuma aun, los rostros demacrados por el viaje intenso y la poca comida, sabíamos todos que era una misión Kamikaze, imposible que no nos detectaran en el día.

Llegamos a la puerta del Huayna Picchu, escoltados por un nutrido grupo de trabajadores del INC que se integraban por el camino de bajada, todos sudorosos, al llegar abajo, nos cruzamos con el primer grupo de turistas que madrugadores esperaban la apertura de la puerta del Huayna Picchu. Grupos de trabajadores del INC nos gritaban vagos¡ sinvergüenzas¡ conchudos de mierda¡ métanle palo¡ paguen su entrada no sean conchudos¡ nosotros, caminábamos tranquilos a pesar del cargamontón, se acercaban y nos insultaban, nos mentaban la madre. Llego un momento que ya no nos dio la gana de quedarnos callados, era demasiado, les gritamos nuestras razones, creo que no se lo esperaban, porque al rato empezaron a callar, a escucharnos, salvo algunos que no cesaban de vomitar su odio hacia nosotros, a lo que representábamos en ese momento, no vengan sino tienen plata ¡ era lo que más repetían. Los argentinos venían viajando dos meses desde la capital y el interior de Argentina, el salvadoreño había cruzado siete países para ver Macchu Picchu, los gringos habían ahorrado dos años o más para poder venir, los peruanos venían viajando como podían, en bus camión, como sea, lo más barato, todos con la emoción de poder conocer Macchu Picchu, la nueva maravilla del mundo, la engreída de los místicos, la fuente potente de energía, la joya de los incas, el tesoro de la humanidad. Eso no importaba nada, la moraleja era No vengan mierdas¡ paguen su entrada.

El 2004, estuve en Macchu Picchu por primera vez. El viaje fue maravilloso, mágico. Macchu Picchu, un descubrimiento. Ni las fotos, ni los relatos, siquiera se acercan a lo que es. Todo el proceso de llegar y salir en cambio, fue realmente una mierda, hay que decirlo. Fue chocante y escandalosamente contradictorio con la potencia enorme del lugar, encontrar un pueblo de mercenarios. El dólar y en segunda medida, el ser o no ser gringo, reinaban. Fue desagradable una noche bajar a la plaza de Aguas Calientes, y ver como familias enteras del interior del Perú, de Chiclayo, de la Selva, de Puno, de Tacna, andaban desorientadas sin saber qué hacer, ya que los precios de los hostales superaban todo presupuesto, familias de cinco miembros para los que el dinero llevado era largamente insuficiente, ya que para ese viaje hay que tener bolsillo de payaso. Los jaladores, ya casi ni contestaban las preguntas de los viajeros peruanos, les contestaban a desgano, ni los miraban, a lo más un reojo, toda su atención en los extranjeros que llegaban… míster, míster, lodchin, lodchin… y en la plaza, padres de familia totalmente descomputados, su mujer y sus hijos con sueño, tirados en la calle como cualquier cosa.

Por la tarde, caminando por la vía férrea, en la puerta de Café INKATERRA, habían puesto a un anciano vestido de varayoc, con su bastón de mando, su chullo y un traje totalmente negro de lana, justo al mediodía con el sol de agosto cusqueño en todo su esplendor, y el viejo disfrazado de inca para que los gringos pitucos que llegaban en el servicio Hiram Bingham de Perú Rail, se tomen fotos, como un monigote. Le dijimos que porque se dejaba que lo usen así, …porque así me gano mi propinita aunque sea…, fuimos a traer una filmadora, y cuando regresamos ya los empleados lo habían escondido, fuimos a la vuelta para encontrarlo y en la vía de atrás, salieron unos guachimanes enternados, negándonos el paso, aduciendo que era propiedad privada… una calle del pueblo propiedad privada…, los mandamos al carajo, pero ya al anciano lo habían guardado. Caminando por las calles de Aguas Calientes, nos encontramos con dos figuras de madera, representando al inca y la ñusta, ambos mostrando la carta de un restorán, menestrone, spaghetti, soups… si quedan incas en Aguas Calientes seguro que los han puesto a trabajar de mozos.

Al día siguiente decidimos irnos a Ollantaytambo, a un lugar más amable. Tomamos el tren local la víspera de fiestas patrias. Coincidía la fecha con la época alta de turismo. Al tren local de 15 soles para peruanos, le quitaron dos vagones, y con toda la concha del mundo, se los pusieron al tren de 70 dólares para turistas, y los ya pocos vagones, se repletaron de todos los cusqueños que trabajan en Aguas Calientes como mozos, cocineros, chóferes, cobradores, empleados, enfermeras, profesoritas y oficios mil. Como ganado en pie se metía a la gente para salir como sea en el único tren a Cuzco. Nos amotinamos y decidimos cerrar la puerta del vagón, la situación era escandalosa e indignante, les dijimos a la gente de abajo que protestara en las oficinas del tren. Vinieron unos empleados a exigirnos que abriéramos, no hicimos caso, luego vinieron los guachimanes guapeándonos, como ni los mirábamos llego la policía a exigirnos que abriéramos la puerta, o sea a exigirnos que viajemos como animales. No le hicimos ni mierda de caso. En el vagón siguiente, donde la gente no había protestado mirábamos dos rostros aplastados contra la ventana, y la gente que seguía subiendo. Esa fue la última imagen que tuve de Aguas Calientes cuando el tren partió.
 
Entramos a Macchu Picchu como a las dos de la mañana, y como a las cuatro y media estábamos sentados en las piedras de la cima misma del Huayna Picchu. Antes habíamos improvisado una sencilla ceremonia junto al Intihuatana, y tomamos algunos, el San Pedro que nos quedo de Santa Teresa. Caminábamos por Macchu Picchu, completamente para nosotros, una luz dorada se hacía cada vez más potente y rara, alumbraba los pasajes y los muros de piedra, acentuando los claroscuros. Las sombras emanaban presencias, andábamos erizados, emocionados, como una tropa de alucinados, mientras las nubes comenzaban a abrirse y aparecía la luna llena de enero en todo su esplendor. Difícilmente puede describirse el estado de felicidad y abandono, el aire helado y el vértigo, el cielo inmenso y las cumbres y el universo de piedra. La alegría reina en la cima del Huayna Picchu, como niños nos comportábamos, los ojos brillantes, la risa fácil.

Ya abajo, confinados, esperando el capricho de otros para poder retornar al pueblo, nos encontrábamos como a las tres de la tarde llenos de sentimientos encontrados. Los celadores ya reían con nosotros, en mucho nos daban la razón. Ellos sufrían también el maltrato, la injusticia, trabajaban por servicios no personales, sin seguro social ni beneficios sociales, en Macchu Picchu, la mina de oro del turismo peruano. Además éramos un grupo muy simpático, nos dedicamos a varias actividades; a conversar con los turistas, que convidaban cigarros, chocolates, buena onda, a pensar, a conversar, a leer, a dar información a los turistas latinos, finalmente nos botaron como a las cinco de la tarde. Una pregunta fue repetida muchas veces durante todo el día, como habíamos entrado sin ser vistos? que ruta habíamos tomado?, era la pregunta fundamental en el interrogatorio, le dijimos que por la puerta. En realidad como decirle, como hacerles entender, que el espíritu del San Pedro nos había vuelto invisibles, que nadie podría habernos visto, que importaba si habíamos entrado por la puerta, o abriendo camino por la selva, o trepando por el roquedal, o si un cóndor nos había llevado entre sus alas. Nunca lo entenderían, probablemente nunca lo entenderán.

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