Diciembre

Diciembre

Un par de amigas metidas en organizaciones de derechos humanos me avisaron - hay tres compañeros de la Universidad del Cusco, internados y solos en el hospital Santo Toribio de Mogrovejo, el de enfermedades neurológicas. La policía reprimió una mani de la UNSAAC disparando perdigones y a ellos les han dado en los ojos, uno de ellos ha quedado completamente ciego. Si puedes, llévales algo para navidad, están sin dinero y sus familias son muy humildes no pueden venir a Lima -. Eran los últimos días de diciembre del año 1987, el país andaba convulsionado como siempre, y el estado y su policía andaban metiendo bala en las manifestaciones. En ese final de año, en represiones a marchas de protesta, habían caído muertos 4 estudiantes universitarios, pero no pasaba nada, estábamos en el Perú.
La tarde siguiente me fui a ese escondido hospital en el corazón de Barrios Altos, una bella aunque tétrica construcción republicana del siglo XIX. Entrar allí era como una viaje al pasado, o quizá al futuro visto lo visto en todo este tiempo transcurrido. En el patio vi a un muchacho de pelo lacio, hirsuto, rasgos claramente andinos, sentado en la fuente del patio, cabizbajo, con los parpados semicerrados. - Samuel - le dije suavemente -eres Samuel? vengo de parte de Viviana - , el chico alzo la cabeza, tratando de sonreír, me agradeció la visita, pero andaba muy metido para adentro. Yo tampoco sabía que decir, su depresión era notoria, palpable, como una sombra sentada a su costado.
Al rescate llego una chica con un parche blanco en el ojo - hola¡ - me dijo animadamente, soy Luzdalin - tenía el pelo larguísimo amarrado en una trenza azabache, y era tan frágil que parecía que el viento se la llevaría volando en cualquier momento, como a un globo rojo. A ella la habían dejado tuerta, no había sido posible salvarle el ojo, pero tenía un espíritu tan irreductible que no se dejaba caer. Me contó como habían sucedido los hechos, como había caído herida y que ni modo otros estaban peor, que agradecía que, en medio de tanta desgracia por lo menos estaba viva y podía ver, aunque sea con un solo ojo. Llegaron también mis amigas, quienes me salvaron de seguir diciendo lugares comunes, no sabía que hablar, todo lo que venía a mi mente me parecían naderias ante la magnitud de los hechos. Hicimos una “chanchita”, que alcanzo para comprar un par de panetones misios, a eso llegaba nuestro poder de solidaridad, a esa mierda de panetones que fácil si los dejábamos un par de horas fuera del empaque, se podían usar para jugar una pichanguita en el patio.
Me despedí de los tres y salí a la calle. Huía, mirando el barrio feo cerquita de la morgue, un domingo nublado, en una época de mierda, en un país donde la muerte se había enseñoreado, con los edificios despintados de 50 años de antigüedad, tiznados del hollín diario de un parque automotor crónicamente obsoleto, en una ciudad que no conoce la lluvia. Incluso esa visión decadente me alivio, al alejarme físicamente de la desgracia de esos jóvenes, ilusamente creía que ponía tierra de por medio a tanta injusticia, a la impunidad, palabra infinitamente más grosera y agresiva que una mentada de madre.
Pasaron 30 años desde esa tarde, paso una vida entera, y en ese viaje, lo bueno y lo malo. Golpes de estado, harta violencia social, muertes violentas, montones de vidas truncadas como sacrificios a deidades macabras, que de repente se fueron visibilizando, porque los años en que solo morían los campesinos en provincias y zonas rurales que nadie conocía ni les interesaba conocer, eso no era noticia, convirtiéndose recién en algo importante, cuando los coches bombas y los paros armados reventaron la cómoda indiferencia en Lima y las principales ciudades del país. Allí si importo, cuando fueron nuestras vidas las que entraban a la ruleta rusa. Así somos los seres humanos, o por lo menos así somos los peruanos.
Por supuesto que la tragedia de la joven y los dos chicos cusqueños importo a nadie, ni que quedarán tuertos o ciegos a los 20 o 22 años, y seguramente entre quienes se enteraron de la noticia, mucha gente pensó y, esto es tan penoso como la tragedia en si, que se lo merecían, por revoltosos, por andar jodiendo en vez de estudiar, por rojos, por terrucos.
Con el paso del tiempo, fue cambiando la fisonomía de las ciudades, se hicieron más y mejores carreteras que conectaron más al país, se llenaron las calles de luces de neón, estaciones gasolineras por todo lado, comercios abiertos 24 horas y todo eso, llego el crecimiento económico, el alza del precio de los minerales y una aparente (por lo efímera) prosperidad, tan parecida a las efímeras prosperidades del guano y el salitre, del caucho y de la pesca, de la frustrante historia del Perú. Y como siempre, llego también la basura escondida debajo de la alfombra, expresada en sueldos miserables, trabajo precario, explotación, daño medioambiental, ilegalidad por todo lado, corrupción generalizada como una metástasis social atravesando toda la sociedad, ciudades invivibles de caos, suciedad y fealdad, violencia delincuencial y achoramiento por todo lado, miedo, inseguridad, discriminación racial y un descenso del nivel educativo y del pensamiento a niveles catastróficos. Más no future que esto ni los sex pistols causita.
También 30 años después, como seguro 60 años antes, suenan las mismas voces babeantes, vociferantes, pidiendo sangre fresca, orgullecidas del asesinato, amenazando con mano dura, con más muerte, a las nuevas, vigorosas voces juveniles que, a veces como una brisa diáfana y otras como un viento huracanado limpiador, van tomando su lugar en la escena social y en la historia, su historia. Los viejos de mierda, los de siempre, los de la mediocridad y la vida sin sentido, sin felicidad, llena de prohibiciones, de insatisfacción, de podredumbre, intentarán nuevamente abortar la gestación de un nuevo Perú, ellos que viven cómodos esta injusticia, sinrazón, brutalidad y lumpenería.
Paso el tiempo? es diciembre del 92? es 1932 ?. Piensan que pueden eternamente parar el avance y la historia de un país, por su miedo a perder privilegios, a enfrentarse a su miseria interior, a mirarse al espejo y no ver reflejado sino un muerto viviente, sin alma, vaciado de sueños. Pero a este país y esta nueva gente ya no le sirve esta ruina. Los grises han intentado de todo, el asesinato, la manipulación informativa, la destrucción del sistema educativo, la organización mafiosa, la amenaza, la lumpeneria, el engaño, la traición, pero tercamente, de forma persistente el sentimiento de cambio, las ganas y la necesidad de construir un mejor país se ha mantenido vigente durante todos estos años. Los viejos de mierda, sus líderes, sus ideologías, sus financistas, sus marionetas y su podrida ideología son el atraso. Paso a los jóvenes y su nuevo país, ya toca.

Febrero (2) - Esteban Vargas

Es tarde de calima en Madrid, y la puerta del Sol esta cubierta por esta sombrilla de partículas de polvo que, procedentes del desierto de Sahara, saltaron la valla de Melilla, cruzaron el Mar Mediterráneo (el gran osario de los nadie) y migraron sin documentos, a este llamado primer mundo. Es un atípico día invernal, con 10 grados más que lo habitual, anunciando futuros y violentos calores en el verano, ya de por si asfixiante, de estos extremos pagos castellanos.
Sol, donde la historia contemporánea de España, la grande y la mínima, la de los seres anónimos, trascurre por lo menos por un rato, a la sombra de la estatua ecuestre de Carlos III (el rey conocido como el mejor alcalde de Madrid). Las marchas, concentraciones como el 15 M, las uvas del año nuevo, los encuentros de parejas, de amantes furtivos, de gentes de los pueblos visitando la capital, de turistas japoneses, se dan en esta plaza, el centro geográfico de España.
Ahora mismo, las feministas han levantado un campamento, con 6 mujeres en huelga de hambre contra la violencia machista que no cesa. En las ultimas 72 horas, 5 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o sus ex, antes apasionados amantes, luego convertidos en furiosos enemigos, poseídos por demonios de destrucción y dolor. Tres semanas atrás, un esposo enloquecido de ego, se lanzó al vacío con su hija de dos años en brazos, desde un piso 12 - voy a golpearte donde más te duela - le dijo antes a su mujer. Pronto, si sigue este virus malo, cuando una mujer quiera terminar con su chico, antes de decirle nada mejor lo envenenará, como en los tiempos de la Roma imperial. Suelen decir que la historia es cíclica. Y será ilegal pero será justo.
Rodean la protesta grupos bulliciosos y animados de chicas jóvenes que, aprovechan para huevear, lanzar, coquetear, disfrutar su juventud, su momento. Al lado de la carpa, surge como por mitosis una pequeña manifestación, todos adultos mayores (el más chibolo tiene cincuenta y muchos), puras cabezas canas, protestando todos los jueves por los cientos de miles de desaparecidos de la guerra civil, ondeando banderas republicanas. Encabeza la marcha un cartelon lleno de fotos de desaparecidos, fotos de otro tiempo, de la época de mis abuelos, desfilando en medio de la multitud que, vomitan incesantemente, las bocas de entrada y salida de Renfe y del Metro de Madrid.
Da vueltas por la plaza, como una procesión, mientras Babilonia entera pasa apresurada a su costado, los turistas tomando fotos, los chicos y chicas a la moda ajenos absolutamente a esa cuadrilla de vejetes perros flautas. Esquivan las estatuas vivientes del ajedrecista de bronce, del motero acróbata y de tres terminators, se cruzan con Hello Kitty y Bob Esponja, mangueros ambulantes que, trabajan haya frío siberiano o sol inclemente, lluvia o granizo, y quienes además, bajo los trajes de dunlopillo y las cabezotas de colores, llevan como almas a ciudadanos peruanos o de países vecinos, hijos del tawantinsuyo todos que, en el reparto de roles en la globalización, les ha tocado el papel de pringaos.
De que lugar del pasado, de que rara y hermosa dimensión, sale esta gente que incesantemente marcha con su edad a cuestas y lo que es peor, con la indiferencia de la multitud. Solo falta que canten la internacional y el atardecer será épico, casi tanto como el recuerdo del V Regimiento, la Columna Durruti o las Brigadas Internacionales. Treinta metros más allá, el señor Sabú, un forzudo faquir argentino ya francamente empinchado, le grita a su publico que no quiere mirones, que a el eso de tragarse clavos, tornillos y sables le gusta tanto como comer mierda, que lo hace por necesidad, para poder comer carajo, y cada vez se pone más colorado y ya da miedo, porque la gente se empieza a ir y eso lo enfurece más porque se va sin matricularse, y porque muchos se paran escasos metros más adelante, donde el Michael Jackson de la calle Preciados, hace los refritos pasos de billie jean y, a pesar de ser un espectáculo realmente anacrónico, siempre se aglomera la gente, ávida de huevadita.
En esta época de la posmodernidad, décadas después del anuncio del final de la historia, en pleno auge de la posverdad, donde nada es lo que es y solo importa el cascarón, el discurso, lo bonito, el instagram, aún desfilan pues estos viejos combatientes, contra la miseria del franquismo que nunca se fue, a pesar de los pelos de colores y tanta Unión Europea. Yo mismo, sentado en una jardinera, observó este extraño, como a destiempo, acto de compromiso y consecuencia, mientras hago hora, para encontrarme con una amiga a callejear mirando las ultimas rebajas de la temporada. Repentinamente me percato de lo patético, de lo desorientado que anda el mundo, que ando Yo, que anda todo y me entristezco por un segundo. Parado frente a mi esta Pikachu y nuestras miradas se encuentran intensamente por un instante, luego el monigote agita los brazos y se pone nuevamente a buscar las monedas, a sobrevivir, mientras justo detrás suyo, un ramalazo de viento, hace ondear vigorosamente una bandera republicana.

5 de abril

5 de Abril



Cuando llego el 28 de julio del 2000, ya había colgado los chimpunes en eso de las protestas callejeras y el activismo social. Me dedicaba a trabajar, crecer profesionalmente, amar y engordar (los pongo juntos porque parecen que son verbos que van de la mano), aburguesarme felizmente y olvidar al mundo cada vez que podía, salvo el campo y la gente campesina, con la cual, hacia fines de los 90s, entable una cercanía y amor que perduran hasta hoy. Los Andes me habían encantado, con su magia milenaria y, la vicisitudes políticas del ser humano y su sociedad moderna, me parecían cada vez más absurdas y ajenas.

Sin embargo, era tanta la mierda que exhalaba por los poros del fujimorismo, que no podía salir a la calle sin taparme la nariz. Cada vez que, en las esquinas y paraderos, me ametrallaban las portadas difamatorias y/o embrutecedoras de los periódicos y tabloides, basadas en calumnias del más abyecto nivel, acompañadas de fotos de culazos rollizos (al gusto peruano) en primera portada y letra extra grande. La prensa comprada, por el siniestro plan de control mediático que, implementaron los siameses Fujimori y Montesinos.

Por la televisión, veía a los peruanos mas humildes, lamiendo axilas por un premio de 50 soles, en el programa de la esmerada empleada del fujimorismo, Laura Bozzo, donde los peruanos llegaban a extremos delirantes de la humillación. La desigualdad, el cacareado crecimiento económico del país, mostraba en las calles de la ciudad de Lima, autos de alta gama junto a familias enteras, construyendo su menú de los restos que sacaban de los contenedores de basura, huesitos de pollo a la brasa vueltos a chupar. Esto lo he visto, lo viví durante años, a mi nadie me contó nada, como pretenden ahora hacernos creer esos posts estúpidos del tipo oye chibolo pulpin, queriendo atarantar a la gente joven, que quiere cambiar una sociedad injusta, mientras que ellos, los viejos de mierda (del alma, de la mente), ya han malgastado sus miserables vidas o no hicieron nada cuando la dictadura saqueaba el país y su alma.

Esta porquería era todos los días, junto con las combis asesinas, el desorden y caos de una sociedad disfuncional, agresiva, saqueadora de todo lo que se podía saquear (en esa época se empezó a robar hasta las escobas usadas). Te robaban, te asaltaban, se puso de moda asegurar a los taxistas o a los cambistas de dolares, bandas especializadas en asesinarlos para robarles lo que tenían para subsistir. Eso era y es el fujimorismo. Yo quería vivir tranquilo, pero era imposible con tanta mierda por todo lado. Porque eso es lo que potencio el fujmorismo, un país entero convertido en una cloaca moral, de desigualdad y atropello. No era ni fue ni será un partido político, sino una banda de asaltantes, de ladrones de mierda, hay que decirlo.
Con el fraude burdo, mal armado que fueron construyendo, escándalo tras escándalo, haciendo leyes ad hoc, aplicando leyes con retroactividad, sacando jueces del tribunal constitucional y poniendo a dedo a sus empleados, quisieron robarse también la esperanza y, el clamor democrático del país que exigía democracia. Salí, como medio Perú, a protestar en las calles, contra la prepotencia y el fraude electoral de una dictadura que, se resistía a dejar el poder, mientras emanaba un olor a pescado podrido, de la boca de cada uno de sus portavoces, cada cual más cínica que la otra.

El día amaneció gris plomizo, frío. No quise quedarme a la guardia por la democracia que, muchos optaron por hacer en la madrugada en el Paseo de los Héroes Navales, para estar con energía la mañana siguiente, y porque temía que por la noche, al amparo de las sombras, como era y es su costumbre (como la resolución del Jurado electoral absolviendo a Keiko Fujimori), vinieran a reprimir a la gente.

Cuando llegue a la avenida Grau, ya marchaban los contingentes que habían venido del interior del país, la gente de Loreto y Pucallpa que venían vestidos como nativos medio calatos, venían dando saltos y bailando para no congelarse. Lloviznaba. La marcha llego a la plaza Grau y, continuaba por Lampa, mientras la multitud crecía y se apachurraba, eran cada vez mayores la energía y el nerviosismo. La consigna era evitar que juramentara el trafero.

En el cruce con La Colmena reventó la represión, desde los techos nos tiraban lacrimógenas y perdigones, aunque atrincherados detrás de kioscos de periódicos, veíamos como algunos policías tiraban hacia arriba y nos saludaban caleta, enseñándonos el pulgar. Retrocedimos ante el insoportable olor de los gases. No se de que rara ingeniería, había salido la peregrina idea, que llenar una botella de plástico con dunlopillo servía como mascara antigases. Por mi parte, recordando los ochentas, había llevado pañuelo y vinagre y, me lo aplicaba y lo pasaba a los compañeros y compañeras que venían a pedírnoslo. Las fallidas mascaras antigases se usaban encima de los ojos a manera de cascos. Le pregunte a un gordito colorado por qué no se la terminaba de quitar, porque me da caché me respondió cachoso.

A correr, atacaba la poli, nos replegamos y fuimos por la avenida Abancay. Allí antes de salir disparado de nuevo, vi a la congresista Gloria Helfer intentando pasar entre la policía instantes antes que la bombardearan con lacrimogenas, la pudieron haber asfixiado. Todo ese día me la pase corriendo, corriendo y jodiendo. Nos replegaron hasta la plaza Manco Capac, donde estaban los campamentos con los hijos de los manifestantes venidos del interior y se atendían a los heridos y contusos. Allí cargo cobardamente la policía, gaseando a niños, aporreando gente ya previamente lastimada, a lo lejos había empezado a arder el edificio del Ministerio de Educación, la cosa se ponía cada vez más fea, se hablaba de muertos, de explosiones, de autos desde los cuales se disparaba al bulto.

Regresamos al centro, donde lumpenes infiltrados por el fujimorismo, provocaban a la policía, los cuales al ser expulsados por los manifestantes, sacaban armas amenazándolos. Al pasar por el Palacio de Justicia, los policías sacaban cajas con papeles por las ventanas, borrando las pruebas de juicios que incriminarían seguramente a los mafiosos en el poder. Frente a este edificio vimos a Víctor Delfín herido, segundos después que un oficial de la policía alevosamente le disparo casi a quemarropa, una bomba lacrímogena en la cabeza. Sangraba tirado en el suelo, mientras espontáneos lo auxiliaban y buscaban desesperadamente un vehículo para evacuarlo del centro. Como a las 4 de la tarde, seguíamos protestando ahora atrincherados en el Parque de Lima, pero ya poco a poco se diluía la protesta, el chino había juramentado en olor de bomba lacrímogena y había suspendido sus celebraciones, le habíamos cagado la fiesta, nos esperaban aun muchas jornadas de protesta y templanza hasta el final de ese gobierno espurio y nefasto.
Mi hermano mayor estaba en casa de mi madre, cuando por la radio, escucho la noticia de la explosión en el banco de la Nación, y que habían por lo menos 6 muertos. Culpaban de terrorismo a los organizadores de la protesta, empezando por Alejandro Toledo candidato opositor al chino rata. Inmediatamente se fue a buscarme sabiendo que estaría por allá, preocupado, me dijo luego que sintió vergüenza por haberse quedado en casa (por los hijos, la familia, la edad), pero que al ver tanta sinverguenzeria y el vano intento de querer acallar la expresión popular, se fue, recordando su años mozos. Le toco estar junto con los comuneros huancavelicanos que ataviados con su trajes multicolores, enfrentaban organizadamente la protesta, a estas alturas ya convertida en franca batalla campal. 

Así empezamos esa década mi hermano y Yo. El murió atacado por un cáncer al finalizar la misma, en un hospital del estado, como la mayoría de peruanos. En medio de carencias, la insensibilidad de los médicos, la falta de casi todo. Allí vimos y padecimos, la desesperación de los más humildes, con salas de emergencia atestadas de moribundos, a los cuales no se les daba ni una pastilla de alivio, gente con terribles dolores agonizando durante horas antes que se les pudiera tomar los datos básicos, por la falta de servicios e infraestructura, que la corrupción de toda la vida, ha evitado, derivando esos dineros, de nuestros impuestos y de nuestro patrimonio, (que si han existido y existen aun), a sus cuentas personales, a pagar sus lujos, sus comilonas, sus orgías, a pagar estudios en el extranjero de sus hijos y, a darles una vida de ocio a costa del sufrimiento de nosotros, los peruanos, como es el caso de esta ociosa e inmoral mujer, Keiko Fujimori.

Con Fujimori y su 5 de abril, no solo se constato lo peor que genera el poder en gente sin escrúpulos, además de ello, institucionalizó una cultura del despojo y la corrupción de manera transversal en toda la sociedad peruana, la cual va junto con el caos, con la falta de respeto mutuo, con el acomplejamiento de una sociedad, con la falta de ciudadanía. Lo que existe en el país desde su fundación, y que, ya a finales del siglo XIX, Don Manuel Gonzales Prada describiera certeramente cuando dijo que, en el Perú donde se pone el dedo salta la pus. Con Fujimori y sus años de dictador, se cimento una forma desagradable de ser peruano, el de aceptar el roba pero hace obra, el de la cultura combi, el de ver al sinvergüenza como el triunfador y a la persona honesta como un imbécil. El de 300,000 mujeres esterilizadas contra su voluntad, el de las fosas comunes y escuadrones de la muerte, del reparto de millones en la salita del SIN comprando a la prensa corrupta, de la droga transportada en el avión presidencial, de la inestabilidad laboral, de los services chupando la sangre de los trabajadores, la falta de beneficios sociales, los contratos de cuarta categoría. La mierda en toda su dimensión. .


Sus defensores niegan al igual que negaron los nazis sus múltiples crímenes contra la humanidad y, como ellos, ensalzan la figura de su caudillo, claro. Hitler reconstruyo una Alemania de la posguerra, dio trabajo, desarrollo el país, para luego llevarlo a su peor hora en la historia, destruirlo, hacerlo mierda, eso es precisamente lo que el fujimorismo como fuerza representativa de lo peor del país, de lo que lo mantiene sumido, sin florecer, intenta. 

febrero

Ya pasamos la primera quincena y aquí recién nos estamos cagando de frío, más que invierno atrasado va a ser invierno al paso. ¿Será el calentamiento global que nos va sancochando más cada verano ?, o es el fenómeno del niño que ahora mismo, en Piura, en el norte del Perú, va asando hora tras hora, cual si fueran pollos a la brasa, a sus pobladores. O todo junto hecho un combinao climático.
Igual, como en todos los inviernos, nadie en la calle a las 10 pm. Solo la luz amarilla de las farolas, coloreando la piedra mares de los muros, en las estrechas calles de la ciudad antigua y, unos patos despistados caminando junto a la muralla romana, buscando jama.
Recién esta lloviendo también. Un poco nomas. Mientras los embalses que surten de agua a la isla, están hace semanas por debajo de sus mínimos históricos. Ya empezaron a comprar agua el mes pasado (que viene en barco) para el abastecimiento local, en esta época, en que solo hay aprox. 800,000 almas. Sin los millones de europeos del norte, de “guiris” nórdicos que invaden y hacen suyos, por masividad, todos los espacios, calles, plazas, playas, caminos, buses, carreteras, mar, cafés, noche, aire, agua, en el verano. El 2015 llegaron a casi 24 millones de visitantes. En un fin de semana cualquiera de julio o agosto, pueden pasar 500,000 de un porrazo por el aeropuerto. La gente de acá, basa su comodidad actual en su verano, donde básicamente se trabaja, se huevea también pero se trabaja. Mientras el resto de la gente esta de vacaciones, la gente isleña chambea en temporada. A full, 10, 12, 14 horas diarias, muchas veces comiéndose el descanso semanal, sabiendo que después hay 5 meses de vacas flacas.
Y los que no consiguen empleo, a llorar al río. A sobrevivir, a veces a vivir en la calle, a depender de los programas sociales, a la marginalidad, al tener que pedir para poder comer. El que tiene trabajo o negocio esta bien, frecuentemente bastante bien. Nivel de vida alto que le dicen. Escucho con frecuencia esta frase: pero es que, la verdad, aquí se vive tan bien.... La revolución no comenzará en Mallorca, de eso estoy seguro. También lo estaría si le interesará el tema, el negro flaco, cada vez más flaco, que duerme en el portal de una agencia bancaria abandonada, con cartones en el suelo, cagándose de frío, callado, mirándonos pasar. Cada vez más ido.
Pienso a la vez, en que pensará? Si en África, en unos niños, en algún amor o en el niño misero que fue, allá en Mali, o Burkina Fasso o Guinea Ecuatorial o en cualquier rincón del Africa negra, tan diferente a la vereda de concreto que habita, tan igual a la miseria de toda su vida. A veces viajas muchos kilómetros, pero por un hueco en el lugar y el tiempo, regresas al mismo lugar de siempre, atrapado sin salida.
En el parque que hay, a la vuelta de mi casa, con vista al mar desde una pequeña elevación. Habitan por varias y cambiantes horas del día, un grupo de borrachos perdidos, orates ya algunos, gritones, hinchados. Carne borracha. Poco a poco voy viendo menos, los estarán rehabilitando o se habrán muerto, como se fue muriendo de repente, en abanico, la manchita de alcohólicos que se formo en mi barrio, en Chorrillos por los años 90 y, que el licor rectificado marca Pradera, el pisco pasita y otros venenos de a luca, los incendio por dentro, matándolos uno por uno.
Temprano por la mañana llega el camioncito de la metadona, y allí forman cola los pocos yonkis que se ve. Después, desaparecen en los sótanos y las sombras, como zombis. Afuera de los supermercados, están los colectivos del recurseo, mujeres gitanas del este, desempleados con acento de barrio, cuarentones o cincuentones, hombres africanos que apenas saben decir buenos días guapa. Le dices que tal como te va y te responden buenos días guapa, le dices si ha tomado agua y te contestan buenos días guapa, qué hora es, buenos días guapa. Eso si, siempre sonrientes. Sobreviviendo. Si de eso nomas, pareciera a veces, trata la vida.
Salí de una ciudad con cielo sin cielo, y ahora estoy aquí, en una ciudad de invierno sin invierno, donde pareciera que no pasara nada. Como dicen que son las islas. Y acá seguimos activando, desde el Tumay, mientras el viento sopla y silba, azotando las palmas, enturbiando la vista, arenando la ciclovía. Y el calmo Mar Mediterráneo, repentinamente despierta, bota espuma y ruge. 

Editumay - Diciembre 2015

En la edad de la inocencia, durante los maravillosos y/o horrendos ochentas, hice un amigo en la academia Agronomía (en el local de la Av. España, al costado de la Casa Matusita), llamado Pepe Gomez Sanchez, alias El Sanguche, vecino de Lince y, bajista del grupo Las Medias Sucias, cultor del rock subte.

Según me contó, en una de nuestras largas conversas caminando por Arenales y, por las calles aledañas al parque Ramón Castilla, su grupo estaba en una tendencia que tenía como indicador de éxito, el número decreciente de seguidores. Que mientras menos gente los escuchara (ellos seguían tocando y armando temas por supuesto), se acercaban a su razón de ser, al colmo de la honestidad, a la no identificación ni dependencia con ni mierda, menos con ningún huevón, ni fan, ni ninguna huachafada.

Casi un himno gurdgieeffjano, si cabe el termino.

Al comienzo me pareció una extravagancia más entre las muchas, con que se llenaba la vida ochentera, pero conforme fui conociendo a este amigo tan singular (y a otros dementes e idiotas del apocalipsis), fue teniendo cada vez más sentido, de manera continua. Creo que como una de las lecciones de la vida que, sigue diciendo cosas nuevas, varias décadas y como 50,000 caras después.

Sin quererlo o saberlo, el Tumay más o menos sigue esa tendencia. De acuerdo a las estadísticas del blog, cada vez colgamos más material, con su carga de trabajo y horas robadas al sueño, al trabajo y al ocio y, cada vez menos, la gente se acerca a este humilde impulso. Dicho de manera técnica, el interés ha ido de manera inversamente proporcional al esfuerzo, dicho en correcto castellano, esto es una bancarrota de interacción.

Sin embargo, seguimos haciéndolo. No se si el termino adecuado sea con entusiasmo, pero lo seguimos haciendo. Más bien, como una pulsión. Algo que no siendo irracional, no termina de explicarse por la razón, un impulso visceral, unas ganas de comunicar y su negación al mismo tiempo, a lo mejor, unas inmensas ganas de huevear, siendo este el titulo de un poemario que nunca publicare (ni escribiré) pero que vive, más que mi propia vida, en mi corazón.

A lo mejor el sentido de este impulso, es una lección de honestidad y humildad, que el ego, el gran bocón, no termina de entender, y en esa contradicción o gracias a ella, seguimos andando, escribiendo, tomando fotos, cantando, caminando, afirmándonos sin terminar de aterrizar en este mundo y, eso que llevamos ya buenos años intentando encajar.

La vida es finalmente quien tiene la última palabra. Quien decide quien se queda y quien se va, quien viaja y quien se arraiga, quien triunfa y quien fracasa, quien nace con estrella y quien nace estrellado, quien aprende y crece y, quien muere en la ignorancia emocional.

Los proyectos, arena entre los dedos muchas veces, solo serán intentos, vanas ilusiones, puesto que sabemos que las fuerzas que gobiernan nuestras vidas, las verdaderas fuerzas, solo las entiende el alma y, para eso, salvo la iluminación, no hay nada que sustituya a los años ni a la poesía. (Por eso mismo, siempre me gusto el punk, por esa ternura insólita que asomaba detrás o a la sombra de tanta rabia y adolescencia y testículos llenos de leche, por esa contradicción que es la vida).

Mientras tanto seguimos en esta nave, con Santiago y como tantos amigos y ex amigos que suben o navegaron un rato en este artefacto, en esta hermosa nave por esta insólita vida que no deja de sorprenderme, de sorprendernos. 

Sobre todo en esta época tan extraña, en que un atardecer, por un instante, pasa a ser, todos los atardeceres de mi vida, y de otras vidas que, acuden a velocidades siderales a transitar por ese instante multidimensional. Cuando los paseos junto al mar, intempestivamente se convierten en un deja vú, de visiones o sueños o geometrías o ensoñaciones ya vividas muchos años atrás.


Para eso o por eso o a pesar de eso está el Tumay. Acá seguimos.

Diciembre

Diciembre Un par de amigas metidas en organizaciones de derechos humanos me avisaron - hay tres compañeros de la Universidad del C...