Diciembre

Diciembre

Un par de amigas metidas en organizaciones de derechos humanos me avisaron - hay tres compañeros de la Universidad del Cusco, internados y solos en el hospital Santo Toribio de Mogrovejo, el de enfermedades neurológicas. La policía reprimió una mani de la UNSAAC disparando perdigones y a ellos les han dado en los ojos, uno de ellos ha quedado completamente ciego. Si puedes, llévales algo para navidad, están sin dinero y sus familias son muy humildes no pueden venir a Lima -. Eran los últimos días de diciembre del año 1987, el país andaba convulsionado como siempre, y el estado y su policía andaban metiendo bala en las manifestaciones. En ese final de año, en represiones a marchas de protesta, habían caído muertos 4 estudiantes universitarios, pero no pasaba nada, estábamos en el Perú.
La tarde siguiente me fui a ese escondido hospital en el corazón de Barrios Altos, una bella aunque tétrica construcción republicana del siglo XIX. Entrar allí era como una viaje al pasado, o quizá al futuro visto lo visto en todo este tiempo transcurrido. En el patio vi a un muchacho de pelo lacio, hirsuto, rasgos claramente andinos, sentado en la fuente del patio, cabizbajo, con los parpados semicerrados. - Samuel - le dije suavemente -eres Samuel? vengo de parte de Viviana - , el chico alzo la cabeza, tratando de sonreír, me agradeció la visita, pero andaba muy metido para adentro. Yo tampoco sabía que decir, su depresión era notoria, palpable, como una sombra sentada a su costado.
Al rescate llego una chica con un parche blanco en el ojo - hola¡ - me dijo animadamente, soy Luzdalin - tenía el pelo larguísimo amarrado en una trenza azabache, y era tan frágil que parecía que el viento se la llevaría volando en cualquier momento, como a un globo rojo. A ella la habían dejado tuerta, no había sido posible salvarle el ojo, pero tenía un espíritu tan irreductible que no se dejaba caer. Me contó como habían sucedido los hechos, como había caído herida y que ni modo otros estaban peor, que agradecía que, en medio de tanta desgracia por lo menos estaba viva y podía ver, aunque sea con un solo ojo. Llegaron también mis amigas, quienes me salvaron de seguir diciendo lugares comunes, no sabía que hablar, todo lo que venía a mi mente me parecían naderias ante la magnitud de los hechos. Hicimos una “chanchita”, que alcanzo para comprar un par de panetones misios, a eso llegaba nuestro poder de solidaridad, a esa mierda de panetones que fácil si los dejábamos un par de horas fuera del empaque, se podían usar para jugar una pichanguita en el patio.
Me despedí de los tres y salí a la calle. Huía, mirando el barrio feo cerquita de la morgue, un domingo nublado, en una época de mierda, en un país donde la muerte se había enseñoreado, con los edificios despintados de 50 años de antigüedad, tiznados del hollín diario de un parque automotor crónicamente obsoleto, en una ciudad que no conoce la lluvia. Incluso esa visión decadente me alivio, al alejarme físicamente de la desgracia de esos jóvenes, ilusamente creía que ponía tierra de por medio a tanta injusticia, a la impunidad, palabra infinitamente más grosera y agresiva que una mentada de madre.
Pasaron 30 años desde esa tarde, paso una vida entera, y en ese viaje, lo bueno y lo malo. Golpes de estado, harta violencia social, muertes violentas, montones de vidas truncadas como sacrificios a deidades macabras, que de repente se fueron visibilizando, porque los años en que solo morían los campesinos en provincias y zonas rurales que nadie conocía ni les interesaba conocer, eso no era noticia, convirtiéndose recién en algo importante, cuando los coches bombas y los paros armados reventaron la cómoda indiferencia en Lima y las principales ciudades del país. Allí si importo, cuando fueron nuestras vidas las que entraban a la ruleta rusa. Así somos los seres humanos, o por lo menos así somos los peruanos.
Por supuesto que la tragedia de la joven y los dos chicos cusqueños importo a nadie, ni que quedarán tuertos o ciegos a los 20 o 22 años, y seguramente entre quienes se enteraron de la noticia, mucha gente pensó y, esto es tan penoso como la tragedia en si, que se lo merecían, por revoltosos, por andar jodiendo en vez de estudiar, por rojos, por terrucos.
Con el paso del tiempo, fue cambiando la fisonomía de las ciudades, se hicieron más y mejores carreteras que conectaron más al país, se llenaron las calles de luces de neón, estaciones gasolineras por todo lado, comercios abiertos 24 horas y todo eso, llego el crecimiento económico, el alza del precio de los minerales y una aparente (por lo efímera) prosperidad, tan parecida a las efímeras prosperidades del guano y el salitre, del caucho y de la pesca, de la frustrante historia del Perú. Y como siempre, llego también la basura escondida debajo de la alfombra, expresada en sueldos miserables, trabajo precario, explotación, daño medioambiental, ilegalidad por todo lado, corrupción generalizada como una metástasis social atravesando toda la sociedad, ciudades invivibles de caos, suciedad y fealdad, violencia delincuencial y achoramiento por todo lado, miedo, inseguridad, discriminación racial y un descenso del nivel educativo y del pensamiento a niveles catastróficos. Más no future que esto ni los sex pistols causita.
También 30 años después, como seguro 60 años antes, suenan las mismas voces babeantes, vociferantes, pidiendo sangre fresca, orgullecidas del asesinato, amenazando con mano dura, con más muerte, a las nuevas, vigorosas voces juveniles que, a veces como una brisa diáfana y otras como un viento huracanado limpiador, van tomando su lugar en la escena social y en la historia, su historia. Los viejos de mierda, los de siempre, los de la mediocridad y la vida sin sentido, sin felicidad, llena de prohibiciones, de insatisfacción, de podredumbre, intentarán nuevamente abortar la gestación de un nuevo Perú, ellos que viven cómodos esta injusticia, sinrazón, brutalidad y lumpenería.
Paso el tiempo? es diciembre del 92? es 1932 ?. Piensan que pueden eternamente parar el avance y la historia de un país, por su miedo a perder privilegios, a enfrentarse a su miseria interior, a mirarse al espejo y no ver reflejado sino un muerto viviente, sin alma, vaciado de sueños. Pero a este país y esta nueva gente ya no le sirve esta ruina. Los grises han intentado de todo, el asesinato, la manipulación informativa, la destrucción del sistema educativo, la organización mafiosa, la amenaza, la lumpeneria, el engaño, la traición, pero tercamente, de forma persistente el sentimiento de cambio, las ganas y la necesidad de construir un mejor país se ha mantenido vigente durante todos estos años. Los viejos de mierda, sus líderes, sus ideologías, sus financistas, sus marionetas y su podrida ideología son el atraso. Paso a los jóvenes y su nuevo país, ya toca.

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