Febrero (2) - Esteban Vargas

Es tarde de calima en Madrid, y la puerta del Sol esta cubierta por esta sombrilla de partículas de polvo que, procedentes del desierto de Sahara, saltaron la valla de Melilla, cruzaron el Mar Mediterráneo (el gran osario de los nadie) y migraron sin documentos, a este llamado primer mundo. Es un atípico día invernal, con 10 grados más que lo habitual, anunciando futuros y violentos calores en el verano, ya de por si asfixiante, de estos extremos pagos castellanos.
Sol, donde la historia contemporánea de España, la grande y la mínima, la de los seres anónimos, trascurre por lo menos por un rato, a la sombra de la estatua ecuestre de Carlos III (el rey conocido como el mejor alcalde de Madrid). Las marchas, concentraciones como el 15 M, las uvas del año nuevo, los encuentros de parejas, de amantes furtivos, de gentes de los pueblos visitando la capital, de turistas japoneses, se dan en esta plaza, el centro geográfico de España.
Ahora mismo, las feministas han levantado un campamento, con 6 mujeres en huelga de hambre contra la violencia machista que no cesa. En las ultimas 72 horas, 5 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o sus ex, antes apasionados amantes, luego convertidos en furiosos enemigos, poseídos por demonios de destrucción y dolor. Tres semanas atrás, un esposo enloquecido de ego, se lanzó al vacío con su hija de dos años en brazos, desde un piso 12 - voy a golpearte donde más te duela - le dijo antes a su mujer. Pronto, si sigue este virus malo, cuando una mujer quiera terminar con su chico, antes de decirle nada mejor lo envenenará, como en los tiempos de la Roma imperial. Suelen decir que la historia es cíclica. Y será ilegal pero será justo.
Rodean la protesta grupos bulliciosos y animados de chicas jóvenes que, aprovechan para huevear, lanzar, coquetear, disfrutar su juventud, su momento. Al lado de la carpa, surge como por mitosis una pequeña manifestación, todos adultos mayores (el más chibolo tiene cincuenta y muchos), puras cabezas canas, protestando todos los jueves por los cientos de miles de desaparecidos de la guerra civil, ondeando banderas republicanas. Encabeza la marcha un cartelon lleno de fotos de desaparecidos, fotos de otro tiempo, de la época de mis abuelos, desfilando en medio de la multitud que, vomitan incesantemente, las bocas de entrada y salida de Renfe y del Metro de Madrid.
Da vueltas por la plaza, como una procesión, mientras Babilonia entera pasa apresurada a su costado, los turistas tomando fotos, los chicos y chicas a la moda ajenos absolutamente a esa cuadrilla de vejetes perros flautas. Esquivan las estatuas vivientes del ajedrecista de bronce, del motero acróbata y de tres terminators, se cruzan con Hello Kitty y Bob Esponja, mangueros ambulantes que, trabajan haya frío siberiano o sol inclemente, lluvia o granizo, y quienes además, bajo los trajes de dunlopillo y las cabezotas de colores, llevan como almas a ciudadanos peruanos o de países vecinos, hijos del tawantinsuyo todos que, en el reparto de roles en la globalización, les ha tocado el papel de pringaos.
De que lugar del pasado, de que rara y hermosa dimensión, sale esta gente que incesantemente marcha con su edad a cuestas y lo que es peor, con la indiferencia de la multitud. Solo falta que canten la internacional y el atardecer será épico, casi tanto como el recuerdo del V Regimiento, la Columna Durruti o las Brigadas Internacionales. Treinta metros más allá, el señor Sabú, un forzudo faquir argentino ya francamente empinchado, le grita a su publico que no quiere mirones, que a el eso de tragarse clavos, tornillos y sables le gusta tanto como comer mierda, que lo hace por necesidad, para poder comer carajo, y cada vez se pone más colorado y ya da miedo, porque la gente se empieza a ir y eso lo enfurece más porque se va sin matricularse, y porque muchos se paran escasos metros más adelante, donde el Michael Jackson de la calle Preciados, hace los refritos pasos de billie jean y, a pesar de ser un espectáculo realmente anacrónico, siempre se aglomera la gente, ávida de huevadita.
En esta época de la posmodernidad, décadas después del anuncio del final de la historia, en pleno auge de la posverdad, donde nada es lo que es y solo importa el cascarón, el discurso, lo bonito, el instagram, aún desfilan pues estos viejos combatientes, contra la miseria del franquismo que nunca se fue, a pesar de los pelos de colores y tanta Unión Europea. Yo mismo, sentado en una jardinera, observó este extraño, como a destiempo, acto de compromiso y consecuencia, mientras hago hora, para encontrarme con una amiga a callejear mirando las ultimas rebajas de la temporada. Repentinamente me percato de lo patético, de lo desorientado que anda el mundo, que ando Yo, que anda todo y me entristezco por un segundo. Parado frente a mi esta Pikachu y nuestras miradas se encuentran intensamente por un instante, luego el monigote agita los brazos y se pone nuevamente a buscar las monedas, a sobrevivir, mientras justo detrás suyo, un ramalazo de viento, hace ondear vigorosamente una bandera republicana.

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