En
la edad de la inocencia, durante los maravillosos y/o horrendos ochentas, hice un
amigo en la academia Agronomía (en el local de la Av. España, al costado de la
Casa Matusita), llamado Pepe Gomez Sanchez, alias El Sanguche, vecino de Lince
y, bajista del grupo Las Medias Sucias, cultor del rock subte.
Según me contó,
en una de nuestras largas conversas caminando por Arenales y, por las calles
aledañas al parque Ramón Castilla, su grupo estaba en una tendencia que tenía
como indicador de éxito, el número decreciente de seguidores. Que mientras
menos gente los escuchara (ellos seguían tocando y armando temas por supuesto),
se acercaban a su razón de ser, al colmo de la honestidad, a la no
identificación ni dependencia con ni mierda, menos con ningún huevón, ni fan,
ni ninguna huachafada.
Casi un himno gurdgieeffjano, si cabe el termino.
Al
comienzo me pareció una extravagancia más entre las muchas, con que se llenaba
la vida ochentera, pero conforme fui conociendo a este amigo tan singular (y a
otros dementes e idiotas del apocalipsis), fue teniendo cada vez más sentido, de
manera continua. Creo que como una de las lecciones de la vida que, sigue
diciendo cosas nuevas, varias décadas y como 50,000 caras después.
Sin
quererlo o saberlo, el Tumay más o menos sigue esa tendencia. De acuerdo a las
estadísticas del blog, cada vez colgamos más material, con su carga de trabajo
y horas robadas al sueño, al trabajo y al ocio y, cada vez menos, la gente se
acerca a este humilde impulso. Dicho de manera técnica, el interés ha ido de manera inversamente
proporcional al esfuerzo, dicho en correcto castellano, esto es una bancarrota
de interacción.
Sin
embargo, seguimos haciéndolo. No se si el termino adecuado sea con entusiasmo,
pero lo seguimos haciendo. Más bien, como una pulsión. Algo que no siendo
irracional, no termina de explicarse por la razón, un impulso visceral, unas
ganas de comunicar y su negación al mismo tiempo, a lo mejor, unas inmensas ganas de huevear, siendo
este el titulo de un poemario que nunca publicare (ni escribiré) pero que vive,
más que mi propia vida, en mi corazón.
A
lo mejor el sentido de este impulso, es una lección de honestidad y humildad,
que el ego, el gran bocón, no termina de entender, y en esa contradicción o
gracias a ella, seguimos andando, escribiendo, tomando fotos, cantando,
caminando, afirmándonos sin terminar de aterrizar en este mundo y, eso que
llevamos ya buenos años intentando encajar.
La
vida es finalmente quien tiene la última palabra. Quien decide quien se queda y
quien se va, quien viaja y quien se arraiga, quien triunfa y quien fracasa,
quien nace con estrella y quien nace estrellado, quien aprende y crece y, quien
muere en la ignorancia emocional.
Los proyectos, arena entre los dedos muchas
veces, solo serán intentos, vanas ilusiones, puesto que sabemos que las fuerzas
que gobiernan nuestras vidas, las verdaderas fuerzas, solo las entiende el alma
y, para eso, salvo la iluminación, no hay nada que sustituya a los años ni a la
poesía. (Por eso mismo, siempre me gusto el punk, por esa ternura insólita que
asomaba detrás o a la sombra de tanta rabia y adolescencia y testículos llenos
de leche, por esa contradicción que es la vida).
Mientras
tanto seguimos en esta nave, con Santiago y como tantos amigos y ex amigos que
suben o navegaron un rato en este artefacto, en esta hermosa nave por esta insólita vida que no deja de sorprenderme, de sorprendernos.
Sobre todo en esta época tan extraña, en que un atardecer, por un instante, pasa a ser, todos los
atardeceres de mi vida, y de otras vidas que, acuden a velocidades siderales
a transitar por ese instante multidimensional. Cuando los paseos junto al mar, intempestivamente
se convierten en un deja vú, de visiones o sueños o geometrías o ensoñaciones
ya vividas muchos años atrás.
Para
eso o por eso o a pesar de eso está el Tumay. Acá seguimos.