Antes de sacar el último número, había abandonado el Tumay en la huelga de trabajadores de la universidad del año 93 o 94, ya había perdido el interés hasta por esto. Además, los otros coeditores/responsables (Santiago, Erik, el Abuelo Subauste) habían terminado la universidad y andaban integrándose al mundo real, o los habían expectorado por bajo rendimiento académico. El hecho fue que el Tumay había caído en mi olvido.
El nuevo ciclo demoro en empezar, y cuando los trabajadores regresaron a sus labores, encontraron colgado el raro artefacto (genial diseño del abuelo Subauste) de caña brava, cable de cobre, cartón duro, plástico y papel periódico. Lo bajaron del árbol y lo apilaron fuera del campus, en la avenida Universidad cerca del ovalo Las Hormigas, junto con un montón de ramas secas para hacer una pira y quemarlo. A lo mejor ese debió ser su final heroico, como los grandes pensadores en épocas de la inquisición, pero por culpa de Charo Galvez que vivía cerquita y de Erik, fue rescatado de la pira funeraria donde moriría como un hombre prehistórico, primo del Gran Jefe Un Lado del Cielo. No es justo que el Tumay tenga un final así dijo Erik, y me convenció a seguir editándolo, haciéndolo, colgándolo y descolgándolo del árbol y de la pared de los pabellones nuevos.
De ello han pasado así, casi como jugando, más de 20 años. Mucha agua corrió bajo el puente. Para todos. Con sus angustias y sobresaltos y lejanos viajes, no estábamos hechos para una vida aburrida. Tampoco para el éxito. Por mi parte cambie mucho en algunas cosas y en otras parece que no cambie nada, esto se gráfico hace un año más o menos, cuando me encontré de casualidad con el otro Eric (también colaborador del Tumay) en el aeropuerto de Barajas, en la sala de embarque para Lima, como a las once de la noche. Me propuso tomar un café, bacán le dije si tú invitas porque regreso misio, como siempre, me respondió, no has cambiado nada. Y es verdad, eso no cambio, aunque queda como consuelo que siempre pudo ser peor.
De ello han pasado así, casi como jugando, más de 20 años. Mucha agua corrió bajo el puente. Para todos. Con sus angustias y sobresaltos y lejanos viajes, no estábamos hechos para una vida aburrida. Tampoco para el éxito. Por mi parte cambie mucho en algunas cosas y en otras parece que no cambie nada, esto se gráfico hace un año más o menos, cuando me encontré de casualidad con el otro Eric (también colaborador del Tumay) en el aeropuerto de Barajas, en la sala de embarque para Lima, como a las once de la noche. Me propuso tomar un café, bacán le dije si tú invitas porque regreso misio, como siempre, me respondió, no has cambiado nada. Y es verdad, eso no cambio, aunque queda como consuelo que siempre pudo ser peor.
Ya no busco casi nada (plata sí, siempre, porque siempre me falta). Si algo cambio medularmente, es que antes buscaba desesperadamente, no sabía que (aún no lo sé). Ahora me dedico a esperar. Lo que tenga que llegar para mí, llegará, en su justo momento. Así como llego el final de mi periplo universitario, de repente, sin aspavientos, sin graduaciones absurdas, ni togas de color caca de loro. Así llegan las cosas importantes, después del deseo, cuando les dejamos sitio para entrar.
El mundo tampoco cambio, ya no pienso sin embargo que es una mentira erguida sobre un montón de mierda. A veces pienso que la cosa es más siniestra, y que la especie humana, ay de ella, es recurrentemente abominable. Otras pienso que vivimos en la edad del equilibrio peligroso, el dvapara yuga, "entre la perfección y la imperfección, entre la oscuridad y la luz", y que todo es solo un micro millonésimo fragmento de una gran ilusión en esta etapa de 864,000 años. En esos raros momentos de sosiego, todo deja de tener sentido y preocupación y pensamiento y emoción. En esa dualidad se mueve también el Tumay, insulto o broma juvenil de otros tiempos, reciclándose como nosotros, polvoriento después de un gran viaje, regresando.
Contumay, septiembre del 2015.